sábado, 7 de diciembre de 2013

LÍNEA DE SUCESIÓN AL TRONO DE MÉXICO




Durante dos periodos alternos en su historia, México ha sido una monarquía. El primero de ellos, conocido como Primer Imperio o Imperio de Iturbide por la historiografía mexicana, fue el periodo comprendido entre la firma de los Tratados de Córdoba el 24 de Agosto de 1821 y hasta la proclamación de la República el 1 de Noviembre de 1823. El segundo, conocido como Segundo Imperio o Imperio de Maximiliano, comprende el periodo entre la proclamación del Imperio por decreto de la Junta de Notables el 10 de julio de 1863 y hasta la muerte del Emperador el 19 de Junio de 1867.

A la muerte del Emperador Maximiliano, muchos de los monarquistas mexicanos consideraron como sucesor natural al Trono al supuesto hijo adoptivo del Emperador Maximiliano, el Príncipe Agustín, al que algunos intitularon inmediatamente como Agustín III. Sin embargo, recientes investigaciones han sacado a la luz una serie de documentos que de forma conjunta desmienten esta versión y trasladan tal derecho, a nuestros días, no al actual Jefe de la Casa de Iturbide, el sobrino del Príncipe Agustín, el Conde Maximiliano de Götzen-Iturbide; sino al sobrino del Emperador Maximiliano, el Archiduque Carlos Felipe de Habsburgo-Lorena.

SITUACIÓN HISTÓRICA
Al momento de su aceptación de la Corona de México, por parte del Emperador Maximiliano, el 10 de Abril de 1864; existía aún una persona con derecho al Trono de México, el Príncipe Agustín Jerónimo de Iturbide, Príncipe Imperial y primogénito del otrora Emperador Agustín, que sin embargo alejado de la vida política vivía en el exilio en los Estados Unidos, donde radicaba el resto de la exiliada Primera Familia Imperial.

El Emperador Maximiliano comprendió que existiendo una línea legítima con tales derechos, su posición se encontraba inestable, por lo que decidió llegar a un trato con la Familia Iturbide y así el 9 de Septiembre de 1865 llegó a un Convenio Secreto, conocido como el Pacto de Chapultepec, que a la letra dice:


“Queriendo S.M. el Emperador honrar la memoria del Libertador don Agustín de Iturbide, por los justos títulos que tiene para reclamar la gratitud de la Nación, y deseando a la vez los hijos del mismo Libertador facilitar por su parte, todos los medios que puedan conducir a la realización de la noble demostración que S.M. ha concebido; de orden de S.M., el señor Ministro de Negocios Extranjeros, don Fernando Ramírez, encargado del Ministerio de Estado, etc., etc., y los señores don Agustín, don Ángel, don Agustín Cosme y la señorita doña Josefa de Iturbide, han convenido en lo siguiente:
1. S.M. dará una posición a los dos nietos del Emperador, don Agustín y don Salvador, así como también a la hija del mencionado Emperador, doña Josefa de Iturbide.
2. Proveerán SS. MM., a los gastos de educación de los mencionado dos nietos del Emperador Agustín, adecuada a su rango, así como a los de mantenimiento de los mismos y de doña Josefa.
3. En muestra de la especial protección y favor que S.M. quiere dispensar a los mencionados nietos del Emperador, don Agustín y don Salvador, S.M. se constituye en tutor y curador de ellos nombrando a doña Josefa de Iturbide cotutora.
4. Los señores don Agustín, don Ángel y don Agustín Cosme de Iturbide, prometen por sí, por doña Sabina y por su descendencia legítima, no volver nunca al Imperio sin previa autorización del Soberano o su legítima Regencia.
5. El Gobierno de S.M. mandará entregar por la Caja Central del Estado, a los señores don Agustín, don Ángel, don Agustín Cosme, doña Josefa y doña Sabina de Iturbide la suma de $30,000 al contado y $120,000 en letras sobre París al curso de cambio y pagaderos…$60,000 el 15 de diciembre del presente año y $60,000 el 15 de febrero de 1866, lo que hace un total de $150,000 (ciento cincuenta mil pesos) a cuenta del crédito que tienen contra la Nación.
6. El Gobierno de S.M.I. hará liquidar la cuenta o cuentas de la familia del Libertador Iturbide, tanto las que pertenecen como las que le correspondan por Herencia y reconocen el crédito que le resulte.
7. El Gobierno de S.M. dará las órdenes convenientes para que las pensiones que disfrutan actualmente los señores don Agustín, don Ángel, don Agustín Cosme, doña Josefa y doña Sabina de Iturbide, les sean pagadas con toda puntualidad y sin descuento alguno, en el punto de su residencia o en el más inmediato si con aquel no tuviere México relaciones mercantiles.
8. El Gobierno de S.M. concede a los mencionados señores don Agustín, don Ángel y a doña Sabina, sobre las pensiones que actualmente disfrutan, una asignación anual y vitalicia de $6,100 (seis mil cien pesos) al primero, $5,100 (cinco mil cien pesos) al segundo, cuya anualidad recibirá la señora esposa de don Ángel en caso de fallecimiento de éste, $1,524 (un mil quinientos veinticuatro pesos) a la última, así como también el pago al señor don Agustín Cosme del sueldo íntegro que corresponde a su grado militar.
Se darán las órdenes necesarias para que estas asignaciones se paguen con puntualidad y en los mismos términos expresados en el artículo anterior respecto de las pensiones.
En fe de lo cual se firma el presente Convenio por duplicado en el alcázar de Chapultepec, a 9 de septiembre del año de 1866.”

El principal contenido del escrito anterior, es el hecho de dos cosas; la primera, el reconocimiento tácito que hizo el hasta entonces Príncipe Imperial, Agustín Jerónimo, de Maximiliano como Emperador de México y segunda, la renuncia tácita a cualquier derecho inherente a la Corona Imperial, al aceptar una compensación económica por el mismo y aceptar exiliarse del País.

Otro aspecto importante del documento muestra el compromiso del Emperador de hacerse cargo de los únicos dos nietos varones del Emperador Agustín, los niños Agustín de Iturbide y Green y Salvador de Iturbide y Marzán, tomándolos bajo su Tutela.

Tal disposición, la de tomar bajo tutela a los niños Iturbide queda firme por el Emperador con el siguiente Decreto publicado en la Gaceta del Imperio el 16 de Septiembre de 1865 :


MAXIMILIANO. EMPERADOR DE MÉXICO

Considerando que los servicios prestados a la Nación por D. Agustín de Iturbide son más justos títulos para reclamar la gratitud del País y para que el Gobierno honre la memoria del Libertador de México:
DECRETAMOS:
Artículo 1°. Se concede el título vitalicio de Príncipes de Iturbide a D. Agustín y D. Salvador, nietos del Emperador Agustín, así como también a su hija Dña. Josefa de Iturbide.
Artículo 2°. Los Príncipes mencionados en el artículo anterior tendrán el tratamiento de Alteza, y tomarán rango después de la familia reinante.
Artículo 3°. Éste título no es hereditario y en el evento de que los mencionados príncipes tuvieran sucesión legítima, el Emperador reinante o la Regencia se reservarán la facultad de conceder el expresado título, en cada caso, a aquel o aquellos de sus sucesores que estimen convenientes.
Artículo 4°. En virtud de los arreglos celebrados con los miembros de la familia Iturbide, el Emperador toma desde hoy a su cargo la tutela y curatela de los mencionados príncipes Agustín y Salvador de Iturbide, nombrando cotutora a la Princesa Josefa de Iturbide.
Artículo 5°.- El escudo de armas que usarán los mencionados príncipes, será el antiguo de su familia, con manto y corona de Príncipe y teniendo por soporte a los dos lobos rampantes del mismo escudo de su familia, concediéndoles por gracia especial el uso del Escudo Nacional en el centro del mencionado Blasón, según el diseño que se acompaña.
Artículo 6°. Los príncipes de Iturbide tendrán derecho de usar la escarapela Nacional sin flama y el Botón con su corona de príncipe.
Nuestro Ministro de Negocios Extranjeros, encargado del Ministerio de Estado, cuidará la ejecución del presente decreto, que se depositará en los Archivos del Imperio.
Dado en el Palacio de México a 16 de Septiembre de 1865.
Maximiliano

Este Decreto tiene ciertas peculiaridades que se deben de analizar con cuidado si se quiere llegar a una conclusión correcta sobre los derechos al Trono. Primeramente como podemos observar en el artículo 4° del anterior decreto, el Emperador Maximiliano toma bajo su “tutela y curatela” a ambos recién creados Príncipes de Iturbide, de forma conjunta con la tía de los menores la Princesa Josefa de Iturbide; lo cual desmiente el hecho de estos hayan sido adoptados por el Emperador Maximiliano y por tanto no se convirtieron en sus hijos adoptivos sino en sus pupilos, esto viene a explicar el porqué los susodichos príncipes nunca abandonaron su apellido Original, aún cuando uno de los derechos inherentes de la adopción, el nomen, otorga al adoptado el apellido del adoptante, del mismo modo que no se les otorgó a los menores el Blasón correspondiente a un Príncipe Heredero, sino que siguieron utilizando el de su linaje (artículo 5° del mismo decreto); de la misma manera, a diferencia de la adopción, la tutela no crea lazos paterno-filiales que le den al pupilo los derechos de un hijo sobre el tutor.

Un segundo punto en este decreto, es el hecho de que la concesión del dicho título, el de Príncipes de Iturbide, es vitalicio más no hereditario (artículo 3° del decreto) y para la concesión de dicho título a los hijos de ambos príncipes, el Soberano o Regencia de éste, deberá de concederlo expresamente.

Finalmente un tercer punto nos dice, en el artículo 2°, que ambos príncipes junto con su tía la Princesa Josefa, tendrán lugar inmediatamente después de la Familia Imperial, lo cual hace latente dos cosas: La primera, que explícitamente les excluye de ella, y la segunda que al referirse a “Familia Imperial” y no al “Soberano” o “Emperador”, les posiciona detrás también de la Emperatriz Carlota, incluso para la cuestión de la Sucesión al Trono, situación que viene a reforzarse si se agrega, que tanto en la cláusula secreta de la Aceptación al Trono, como en el propio cuerpo del Estatuto Provisional del Imperio Mexicano, el Emperador intituló como legítima regente, para el caso de muerte o incapacidad del Soberano, a la Emperatriz.

Claro está que la intención del Emperador Maximiliano era la crear un vínculo de legitimidad de su gobierno, al traer de nuevo a la atención política a los Iturbide, sin embargo, tal y como lo dice el historiador mexicano Francisco de Paula y Arangoiz, citándolo: “muchos creyeron que aquel acto significaba la adopción de la familia Iturbide para que el niño Agustín fuera el sucesor en el Trono, pero yo, tanto porque Maximiliano se cuidaba muy poco de México, como por las noticias que he adquirido, soy de la opinión que no tuvo idea política; que obró en virtud de uno de esos arranques sin cálculo, tan frecuentes de S.M.” Esto en unión de que tal vez el Emperador nunca perdió la esperanza de tener sucesión legítima, hace suponer que verdaderamente Maximiliano nunca pensó en el Príncipe Agustín como su sucesor, y es por eso que no le adoptó como muchos han hecho creer y los privilegios que le fueron otorgados, se hicieron con muchas dificultades para que accediera al Trono.

Esta teoría viene a comprobarse con el último decreto expedido por el Emperador Maximiliano, que muchos consideran como su “abdicación” y que sin embargo es más su Testamento Político, dicho Decreto fechado con fecha 20 de marzo de 1867 es el siguiente:


MAXIMILIANO. EMPERADOR DE MÉXICO

Habiéndonos puesto a la cabeza de nuestro ejército para hacer una campaña, de cuyo desenlace depende, no la forma por que se haya de regir México, sino la integridad de su territorio y aun de su existencia como nación independiente, hemos considerado muy posible el caso de nuestra muerte por algún accidente de la guerra, y las consecuencias que por esto a México, a quien amamos con predilección, traerá lo acefalía de su gobierno.
La Regencia, que en días menos azarosos que los presentes establecimos, confiándola al celo, a la inteligencia y virtudes de nuestra augusta esposa, la emperatriz Carlota, ha cesado de hecho con su ausencia en Europa, y se hace indispensable ocurrir a esa falta por un medio de igual naturaleza, pues, entretanto la nación mexicana no exprese su voluntad de cambiar la forma de gobierno, existiendo hoy la monarquía, corresponde establecer una regencia que rija al Estado, en vacante del trono.
Amando, pues, a los mexicanos como los amamos, sobreviviendo ese afecto a la duración de nuestros días, hemos determinado, para el referido caso de nuestra muerte, dejar establecida una regencia, que sirviendo transitoriamente de centro de unión para el gobierno, libre al país de horrendos males; y le recomendamos con encarecimiento al pueblo mexicano, que viendo en esta medida el último testimonio que podemos darle de cuánto lo hemos amado, la acepte gustoso en obsequio de sí mismo.
Los ciudadanos en quienes nos hemos fijado para llevar el cargo de regentes, son demasiado conocidos por su ilustración, patriotismo y versación en los graves negocios del Estado, y en consecuencia son aceptables por sus conciudadanos.
En tal virtud, establecemos una regencia depositada en tres personas, y nombramos regentes propietarios al presidente del Tribunal Supremo de Justicia, don Teodosio Lares, al presidente del Consejo de Estado, don José M. Lacunza, y al general de división, don Leonordo Márquez. Nombramos suplentes para que en el orden de su nombramiento reemplacen la falta de cualquier propietario, á don Tomás Murphi y general don Tomás Mejía.
La regencia gobernará con sujeción al Estatuto orgánico del Imperio.
La regencia convocará al Congreso que ha de constituir definitivamente a la nación, luego que terminada la guerra por triunfo de las armas imperiales ó por armisticio ó cualquier otro medio que importe conclusión de hostilidades, pueda tener lugar la reunión libre y legítima de aquel cuerpo constituyente. En el acto de instalado el Congreso cesará la regencia, terminando con ese hecho el poder que le conferimos por la presente carta. Nombramos desde ahora para el caso de nuestra muerte, jefe del ejército imperial al general don Leonardo Márquez, hasta la reunión de la regencia.
El licenciado don Manuel García Aguirre, nuestro actual ministro de Instrucción Pública y Cultos, queda encargado de hacer á la nación saber esta mi postrimera voluntad, llegado su caso, y á los regentes que dejamos nombrados.
Encargamos con todo el orden de nuestra voluntad á los regentes, que siguiendo puntuales el lema que ha sido el sello de todos nuestros actos de soberano: “Equidad en la justicia” guarden inviolable la independencia de la nación, la integridad de su territorio, y una justa política ajena de todo espíritu de partido, y encaminada solamente á la felicidad de todos los mexicanos sin distinción de opiniones.

MAXIMILIANO. EMPERADOR DE MÉXICO

Considerando que si acaeciera nuestra muerte, quedaría acéfalo el gobierno del imperio, á causa de la ausencia de su legítima regente, nuestra augusta esposa la emperatriz Carlota;
Considerando que para ocurrir á ese grave mal y procurar por nuestra parte el bienestar de la nación mexicana, aun después de nuestros días, es indispensable dejar establecido un gobierno á quien reconozca por centro de unión la misma nación;
Considerando que entretanto ésta, por medio de un Congreso libremente convocado y reunido, no declare la forma en que seguirá constituida, subsiste la actual, que es la monarquía, y por lo mismo á falta nuestra, debe quedar depositado el gobierno en una regencia;

DECRETAMOS

Artículo primero. 
Son regentes del imperio, fallando Nos, por causa de muerte, don Teodosio Lares, don José M. Lacunza y el general don Leonardo Márquez.
Art. 2° La regencia gobernará con sujeción al Estatuto orgánico del imperio.
Art. 3° La regencia convocará al Congreso que ha de constituir definitivamente á la nación, luego que terminada la guerra por acción de armas ó por armisticio, pueda tener lugar la libre y legítima elección y reunión de aquel cuerpo constituyente.
Art. 4° En el acto de instalado el Congreso, cesará la regencia, terminando con ese hecho el poder que le conferimos por este decreto.
Nuestro ministro de Instrucción Pública y Cultos queda encargado de hacer saber este decreto, llegado su caso, á los regentes que dejamos nombrados.
Dado en Querétaro, a 20 de Marzo de 1867.
Maximiliano

De nuevo este decreto tiene ciertas entrelíneas que hacen ver las disposiciones de Maximiliano en cuanto a la sucesión Imperial. Primero que nada él sabía, que el Príncipe Agustín no subiría al Trono a su inmediata muerte, en virtud de que la Emperatriz Carlota aún estaba viva y ese era un impedimento que él mismo le había impuesto en el decreto del 16 de Septiembre de 1865; sin embargo, en vez de realizar un acto de insaculación en su testamento y nombrar como su sucesor al Príncipe Agustín, decidió imponer una Regencia, no al menor, sino al Imperio, como si no existiese sucesor alguno. Este movimiento político, aunque extraño debido a que el Emperador sabía de la fragilidad de su sucesión, tiene efectos muy claros: él no quería que el Príncipe Agustín le sucediera inmediatamente, de lo contrario hubiese declarado explícitamente él era su sucesor, y que los regentes establecidos, gobernarían en su nombre hasta su mayoría de edad.

Finalmente, el Segundo Imperio murió con el Emperador, cuando este fue fusilado en cumplimiento de una sentencia de muerte que le había dictado un Tribunal Militar de la República, en el Cerro de la Campanas en Querétaro el 19 de Junio de 1867.

LA LÍNEA ITURBIDE.

Los monarquistas fieles a Maximiliano proclamaron a Agustín como su sucesor, sin embargo de pleno derecho, el verdadero derecho al Trono estaba en manos de la Emperatriz, de forma pasiva.

Legítimamente, para que el Príncipe Agustín ocupará el Trono Titular de México, tendría que morir primero la Emperatriz, cosa que no sucedió: Su Alteza Agustín de Iturbide y Green, Príncipe de Iturbide y Heredero al Trono a la muerte de la Emperatriz, falleció en Washington, D.C., el 3 de Marzo de 1925; y la Emperatriz Carlota moriría hasta el 19 de Enero de 1927. De no haber fallecido antes, el hubiese sido el Emperador Titular de México de pleno derecho y de conformidad a todos los decretos Imperiales de Maximiliano.

A la muerte de la Emperatriz, ya no quedaba nadie con pleno derecho de ocupar el Solio Imperial, esto en virtud de que también el otro Príncipe, don Salvador de Iturbide y Marzán, había muerto en Córcega en 1897, y para entonces el único Iturbide descendiente del Emperador Agustín era la hija del propio Don Salvador, María Josefa de Iturbide y Mikós; quien a la muerte de su tío Agustín se convirtió en la Jefa de la Casa de Iturbide e incluso llegó a reclamar para sí el título de Princesa de Iturbide, sin mucho éxito pues los monarquistas mexicanos que habían estado activos durante el Segundo Imperio no le reconocieron como “Emperatriz Titular de México”, quizá porque sabían que el Emperador Maximiliano no había deseado tal cosa.

De ella, a través de su hija Maria Gizella de Tunkl-Iturbide, desciende la actual Cabeza de la Familia Iturbide, Don Maximiliano Alberto de Götzen-Iturbide, que ostenta también el título de Conde de Götzen por parte de su Padre; siendo él, el pretendiente más conocido del Trono.

Sería poco legítimo indagar más atrás en la familia Iturbide para buscar una línea de sucesión más extensa, esto en virtud de que Ius Imperii fue otorgado en la persona de Don Agustín de Iturbide , por lo que pueden ser capaces de heredar la Corona, según principios del derecho sucesorio dinástico sólo sus descendientes y colaterales y en un caso extremo sus ascendientes directos, más no así sus familiares en segundo grado.

Dado que la Familia Iturbide con tales derechos sólo tiene sucesión en los hijos de María Gizella de Tunkl-Iturbide, esto en virtud de la poca fertilidad de los demás matrimonios de los hermanos e hijos y nietos del Emperador Agustín, que no tuvieron descendientes. De ocho hijos de Agustín I, sólo dos tuvieron un hijo cada uno, Don Ángel y Don Salvador. De estos dos nietos, Don Agustín y Don Salvador, sólo Don Salvador tuvo descendencia femenina, tres hijas: María Josefa Sofía, María Gisela Ana y María Teresa; y de estas dos hijas sólo una, María Josefa, tuvo también dos hijas, María Ana y María Gisela, de las cuales sólo María Gisela tuvo a dos hijos, Don Maximiliano y Doña Manuela (o Emmanuela), los cuales junto con su descendencia forman la Casa de Iturbide, que por cierto actualmente viven en el Exilio en Sidney, Australia.

Sin embargo, existe una larga descendencia de una de las hermanas del Emperador, de la Princesa María Josefa, a través de su hija María Josefa de Manzanera e Iturbide. Esta estirpe, que llega hasta nuestros días, aunque ya sin el apellido Iturbide, es en gran medida ignorada por muchos de los monarquistas mexicanos, quienes en su afán de la búsqueda de “Iturbides” tienden a darles mayor reconocimiento a otras personas con dicho apellido que en realidad no tienen relación con la Familia Imperial. Esta rama de la familia Iturbide, actualmente representada por las familias Icaza y Aurrecoechea, Aurrecoechea Acereto, Icaza Mota, Amerlink Acereto, Orvañanos Martínez del Río, Icaza Mendez, Mancera de Arrigunaga y Arrigunaga de la Mora, viven actualmente en su mayoría en México, donde se desarrollan como abogados, escritores, artistas, economistas, e incluso algunos han participado en el gobierno. Sin embargo, de forma totalmente legal, no podrían brincar a sus lejanos primos, los Götzen-Iturbide, en la línea al Trono, aún cuando éstos hayan nacido en México.

LINEA LEGÍTIMA, LOS HABSBURGO-LORENA.

Ahora bien si nos atenemos a la legalidad, tanto de los decretos del Emperador Maximiliano, como a la legislación dinástica y de derecho común vigente al momento de la muerte del Emperador, tenemos una línea alterna a la sucesión que podría tener más derechos.

Si tomamos en consideración que expresamente el artículo 3º del Decreto del 16 de Septiembre de 1865, por el cual se crean como Príncipes de Iturbide y Herederos a falta de ambos Emperadores, este privilegio es de carácter no hereditario y tal y como lo dice, para su concesión a los hijos de los Príncipes, deberán tener la autorización del Soberano o de su legítima regencia, por lo que, en virtud de la inexistencia de tal declaración por parte del Emperador Maximiliano o de la Regencia impuesta por éste o de la propia Emperatriz Carlota hasta su muerte; el derecho que ampara a la línea de Iturbide de heredar el Trono parece en el mejor de los casos ilegal, sino ilegítimo, pues a la muerte de Don Agustín, Doña María Josefa no tenía derecho de ocupar los títulos ni de Emperatriz Titular ni de Princesa de Iturbide y por ende ninguno de sus descendientes.

Ahora bien, esta situación no tendría sentido de no existir descendencia legal del Emperador Maximiliano, pero una vez ateniéndonos, ya no a los principios generales del derecho dinástico, sino a lo ordenado por la Ley de Sucesión de la Familia Habsburgo, conocido como Estatuto de Familia de 1839 , que se aplica supletoriamente para cualquier título ostentado por un Habsburgo que no tenga Ley de sucesión propia, se establece que a la muerte de un titular sin descendencia, tal título pasa a su ascendiente y si ya no lo hay, a su colateral directo, es decir su hermano.

Siguiendo este tenor, a la muerte del Emperador, efectivamente el derecho al Trono de México quedó en suspenso teniendo como legítimo heredero a Don Agustín y en segundo a lugar a Don Salvador, siempre y cuando la Emperatriz falleciese antes, y en virtud de que esto no sucedió el derecho se retrotrae a la sucesión legítima del Emperador Maximiliano.
Al momento de la muerte de Don Agustín (1925) el familiar de Maximiliano con mejores derechos a heredar tal título era el Jefe de la Casa de Habsburgo, el Archiduque Otón, sobrino tataranieto del Emperador Maximiliano, descendiente de su hermano el Archiduque Carlos Luis, y que también ostentaba los títulos de Príncipe Imperial de Austria y Príncipe Real de Hungría, Bohemia y Croacia, en virtud de ser el heredero del Imperio Austro-Húngaro, cuyo último titular fue el Emperador Carlos I, padre del Archiduque Otón. En la actualidad, siguiendo esta línea el titular de tal derecho sería el Archiduque Carlos, hijo de Otón.

Sin embargo, aún queda un hecho por analizar en esta línea, conocida como la Crisis Habsburgo. A forma de breve introducción, al momento de la caída de la Monarquía en Austria en 1919, el gobierno radical de la Primera República publicó la conocida Ley Habsburgo, que le prohibía a cualquier Habsburgo regresar a Austria, confiscándole todas sus propiedades y en conjunto con la Ley de Títulos Nobiliarios del mismo año, prohibiéndoles el uso público de sus títulos como Archiduques de Austria, Príncipes de Hungría, de Bohemia y de Croacia. Durante prácticamente toda la primera mitad del siglo XX y hasta los años sesenta, los Habsburgo en el exilio trataron de recuperar su estatus sin éxito, pues tal ley, en su artículo 2º determinaba que para que pudiesen regresar a Austria tendrían primero que renunciar públicamente a sus derechos y declarar lealtad a la República .

Para 1960, muchos de los Habsburgo habían firmado tal declaración, donde expresamente renunciaban a sus derechos y declaraban lealtad a la República Austriaca, para de ésta manera obtener la ciudadanía austriaca y con ello el permiso de regresar del exilio. El 31 de Mayo de 1961, mediante un escrito dado en su residencia en Pöcking, Alemania ; el Archiduque Otón renunciaba a su calidad “de miembro de la familia Habsburgo-Lorena y a todas las reclamaciones de poderío correspondientes” confesándose como “ciudadano leal de la República”. Esta declaración que se tomó por su nombre y el de sus descendientes provocó lo que fue llamado como la “Crisis Habsburgo” , pues aún después de ésta vergonzosa renuncia, Austria se negó a otorgar la ciudadanía al Archiduque Otón. Esta declaración también sería firmada en lo sucesivo por sus hermanos menores, con excepción de Félix y de Carlos Luis, quienes siempre se negaron a dicha “infamia” y para los años noventa lograron obtener un convenio con las autoridades austriacas para poder regresar a Austria por periodos vacacionales.

Tomando en consideración estos hechos, tal renuncia abría sido también por sobre los derechos al Trono de México, que en virtud de ser inherentes al titular de la Familia por la sucesión legítima del Emperador Maximiliano, habría renunciado el Archiduque Otón y pasado a su hermano menor, el Archiduque Roberto. Ahora bien, diversas fuentes, sin especificar la fecha hacen mención que para los años noventa sólo Félix y Carlos Luis eran los únicos miembros de la familia que no habían firmado una renuncia , por lo que se puede considerar que tal renuncia fue hecha por el Archiduque Roberto en algún momento entre 1945 y 1990, sin embargo esto no es una certeza.

Podría entonces pensarse que el titular sería el Archiduque Lorenzo, hijo mayor de Roberto; sin embargo existe una situación que hace diferir esta situación y es el hecho de que tales declaraciones de renuncia, eran a título personal y de sus descendientes, por lo que al haber renunciado el Archiduque Roberto, todos sus hijos se hubiesen visto afectados de tal renuncia y tal derecho pasa al tercer hijo, el Archiduque Félix quien nunca renunció a sus derechos.

De esta manera, el Archiduque Félix hubiese sido a ciencia cierta, titular del Trono de México de 1961 hasta su muerte en 2011, y tal derecho pasaría a su hijo varón de mayor edad, el Archiduque Carlos Felipe, quien sería el actual titular.

En este punto tendríamos un legítimo titular sumamente adecuado, pues el Archiduque Carlos Felipe no sólo desciende (por lo menos colateralmente) del último Emperador reinante de México, que pertenece a la familia Imperial por excelencia y con mayor tradición y respeto en Europa, sino que además es mexicano por nacimiento, pues el Archiduque Carlos Felipe, al igual que la mayoría de sus hermanos nació en la Ciudad de México, pues el Archiduque Félix decidió establecer su residencia en el exilio en el país que alguna vez gobernó su tío Maximiliano. Actualmente el Archiduque Carlos Felipe sigue viviendo en la Ciudad de México con sus dos hijos, los Archiduques Julián y Luis Damián, y su segunda esposa Annie Claire de Lacrambe de Habsburgo-Lorena, donde dirige la firma de asesores comerciales Habsburgo y Asociados.

LA LÍNEA MOCTEZUMA

Una tercera línea que suele tomarse en consideración es aquella que proviene del último de los Tlatoanis mexicas con descendencia, es decir Motecuhzoma (o Moctezuma castellanizado) Xocoyotzin.

Como es bien sabido, Moctezuma II era el Emperador (Hueytlatoani para ser exactos, aunque al traducir el término lo más cercano es Emperador) de México-Tenochtitlán a la llegada de los españoles. Algunas fuentes sugieren que Moctezuma logró crear una importante relación con los conquistadores, llegando incluso a abrazar el cristianismo bautizándose y tomando el nombre castellano de Carlos Moctezuma, en honor del Rey de España.

Es por ésta situación que aquellos hijos de Moctezuma, que nacieron de uniones posteriores a su bautizo, y que estos hijos se bautizaron recibieron un estatus especial entre los recién conquistados mexicas. Los españoles les reconocieron cierto señorío a esta realeza ancestral e incluso algunos han llegado a afirmar que el Rey de España veía a los descendientes del Emperador Moctezuma, así como a los descendientes del último Emperador Inca, Atahualpa, como nobles de casa reinante .

La primera línea de descendientes de Moctezuma proviene de la hija mayor del Emperador Moctezuma, la Princesa Tecuichpo Ixcaxochitzin, mejor conocida como Isabel Moctezuma, quien no sólo fue hija del Emperador Moctezuma, sino que también fue esposa de los últimos dos Emperadores de México-Tenochtitlán, Cuitlahuac y Cuauhtémoc. Isabel Moctezuma recibió una de las encomiendas más grandes de la Colonia, la de Tlacopan, cuyos dominios actualmente estarían en la zona del Centro Histórico de la Ciudad de México y por los cuales los descendientes de Isabel cobraron la llamada “Pensión de Moctezuma”, la cual dejó de pagarse por el Gobierno de México en 1933 . Los descendientes de Isabel a través de su primogénito, Juan de Andrade y Moctezuma, lograron mezclarse con nobles castellanos y así fue como Juana María Andrade Rivadeneira y Moctezuma, IX Generación Moctezuma de ésta rama, casó con Don Justo Alonso Trebuesto Davalos Bracamonte, IV Conde de Miravalle y a su muerte, su hijo Pedro Trebuesto Dávalos Bracamonte y Andrade Rivadeneira Moctezuma, se convirtió en el Jefe de la Rama Isabelina de la Familia Moctezuma y a la vez en V Conde de Miravalle. La Actual Jefa de la Familia es María del Carmen Enríquez de Luna y del Mazo, XII Condesa de Miravalle y XVI Generación de Moctezuma, quien actualmente vive en Granada, España.

Se considera que esta línea, aún a pesar de descender de una mujer, es la línea Jefa del Linaje Moctezuma, pues goza tanto de los derechos de primigenia de Moctezuma II, como de viudez de Cuitlahuac y Cuauhtémoc , además de que a diferencia de otras, nunca cedió sus derechos hereditarios a favor de la Corona de España . Algunos autores nos dicen que el mismo Moctezuma instituyó a Isabel como su legítima heredera, y que incluso fue considerada por el Emperador Carlos V como Emperatriz legítima de Tenochtitlán.

La segunda de las líneas bien identificable hasta nuestros días, desciende del segundo de los hijos bautizados de Moctezuma II es Tlacahuepan Ihualicahuaca, mejor conocido como Pedro Yohualicahuatzin Moctezuma , el cual fue considerado por la tradición dinástica agnaticia europea como el legítimo heredero de Moctezuma II durante los primeros años de la conquista, razón por la cual fueron necesarias una serie de diferentes sesiones a favor de la Corona de España que culminaron con la concesión del título de Conde de Moctezuma y Vizconde de Ilhuacán , a su nieto Pedro Tesifón de Moctezuma y de la Cueva, I Conde de Moctezuma y I Vizconde de Ilhuacán, quien a la postre fue bisnieto del Emperador Moctezuma II.

Al igual que sus primos de la rama isabelina, los descendientes Moctezuma de la Rama Petrina también se mezclaron con familias nobles de Castilla, logrando obtener un estatus alto dentro de la Pirámide Social del Reino Español a lo largo de la historia. Doña Jerónima María de Moctezuma y Jofré de Loayza, III Condesa de Moctezuma y III Vizcondesa de Ilhuacán, contrajo nupcias con Don José Sarmiento de Valladares y Arines, Virrey de la Nueva España. En 1865, la Reina Isabel II, elevó a Ducado el Condado, siendo Antonio María Marcilla de Teruel-Moctezuma y Navarro el I Duque de Moctezuma. En 1992, el Rey Juan Carlos recreó el titulo a favor de José Juan Marcilla de Teruel-Moctezuma y Jiménez, a quien denominó V Duque de Moctezuma de Tultengo, XIV Marqués de Tenebrón y XIX Vizconde de Ilhuacán, que ostenta Grandeza de España de Primera Clase, y es el actual Jefe de ésta Rama de la Familia.

Existen así mismo una gran variedad de ramas menores de la Familia, como la de los Marqueses de Moctezuma, creado en 1864 a favor de Alonso Holgado-Moctezuma Díaz de Medina y Ahumada, y debido al enorme mestizaje, prácticamente existe sangre de Moctezuma en muchos de los nobles españoles incluida la Duquesa de Alba , pero prácticamente si existiese alguna posibilidad real de sucesión los únicos con derechos verdaderos serían los Condes de Miravalle y los Duques de Moctezuma de Tultengo.

Ahora bien, el principal problema que pudiesen tener los descendientes de Moctezuma para ocupar un resurgido Trono Imperial Mexicano es el hecho de que su antepasado común, el Emperador Motecuhzoma Xocoyotzín, no fue Emperador de México (entendido como todo el territorio de la actual Nación Mexicana), sino Tlatoani de México-Tenochtitlán y Huey-Tlatoani del Ēxcān Tlahtōlōyān (Confederación del Valle de Anáhuac, conformada por México-Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopan); existiendo además de él toda una serie de Reyes y Líderes Militares Indígenas en muchas otras partes del actual Territorio Nacional, tales como Juan Nachi Cocom, último gran Halach Uinik de Mayapán, o Francisco Tangáxoan II, último Cazonci Tarasco de Tzintzuntzan; cuyos descendientes, en caso de encontrarles, tendrían derechos similares en sus respectivas jurisdicciones.


A ITURBIDE, AMADO NERVO



A ITURBIDE

¡Capitán inmortal, tu eco de guerra
en nuestros patrios montes aún retumba!
Para borrar tu huella en la tierra,
no basta, no, la losa de una tumba.

La muerte...¿Qué es lamuerte ante la gloria
que envuelve tu recuerdo en sus fulgores?
¿Quién borrará tu nombre de la Historia
sin borrar de tu enseña los colores?

Para narrar tus hechos inmortales,
vencedor invensible, bravo y fiero,
no bastan de la historia los Anales;
¡se necesita el canto de un Homero!

Tienes tu culto en el recuerdo santo
del noble mexicano que te admira,
y yo te traigo el eco de mi canto,
al rudo son de mi entusiasta lira.

Perdona la humildad de mi tributo,
aroma de la flor, perlas los mares,
luces la aurora, la pradera fruto;
yo te doy lo que tengo: mis cantares.

Escucha: cuando niño me adormía
confiado siempre al maternal cariño,
ya te admiraba yo, porque sabía
que eras un héroe de la Patria mía,
y yo he amado a los héroes desde niño.

Después cuando en la Historia, en esa suma
de los hechos heróicos de los grandes,
tu vida escrita ví con áurea pluma,
¡guerrero del país de Moctezuma,
me pareciste inmenso cual los Andes!

Yo he seguido tu huella. En tu pasado
te he visto, ¡oh rey! de la victoria en alas
con tu espada brillante de soldado,
y escuchando entusiasta el himno airado
que forman los silbidos de las balas.

Y te he visto también cual noble y bueno
recibir en tu pecho, do latía
un corazón de patriotismo lleno,
el fuego del fusil, y caer sereno
bendiciendo al morir la Patria mía.

Guerrero del Anáhuac, cuya frente
el laurel de los Césares rodea;
monarca infortunado, más valiente,
que marchaste impetuoso cual torrente
derramando el horror en la pelea:

Descansa en paz en el mortuorio lecho
que circunda el laurel de la victoria;
reposa ya tranquilo y satisfecho:
Tu recuerdo, lo guarda nuestro pecho;
y el eco de tu fama nuestra Historia.

Descansa en la región del infinito
donde tu alma con Dios feliz reside;
que tu nombre doquiera quede escrito,
que el himno de tu nombre sea este escrito:
¡Viva la Libertad! ¡Viva Iturbide!





domingo, 18 de diciembre de 2011

EL NOMBRE DE LA VIRGEN APARECIDA EN EL TEPEYAC NO ES INDÍGENA


ALGUNAS REFLEXIONES

ADVOCACIÓN DE LA 

SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA


Son cientos las advocaciones de la Santísima Virgen María que se conocen en todo el mundo católico. De todas ellas, siempre hay una de mayor importancia en cada país. También, según la época, así como la devoción dominante de los pueblos, por los milagros concedidos, visiones de los santos y apariciones, aumenta o disminuye la fama e importancia de esas advocaciones o apelativos.
Pastor y clérigos de Cáceres descubren, junto al río Guadalupe, la Imagen de Nuestra Señora. Lienzo de Juan de Santa María, siglo XVII.
La advocación de Santa María de Guadalupe comenzó a conocerse en el siglo XIV, después del milagroso descubrimiento, en una cueva al pie de la sierra de Guadalupe en el macizo de las Villuercas de Extremadura, España. Un humilde vaquero llamado Gil Cordero guardaba sus reses en una cueva junto al río Guadalupe.
“Una mañana temprano sacó sus vacas, pero una de ellas se negaba a salir, estaba como pegada al suelo y no la podía mover, entonces se dirigió al pueblo cercano a pedir ayuda, adelantándose a los vecinos que venían con él, se metió en la cueva al percibir una luz muy brillante que salía de ella, acercándose vio entre una grieta la figura de la Virgen María, escondida probablemente, desde la época de de la invasión de los moros”.
En la iglesia del Monasterio existe una lápida con la siguiente inscripción:


“Aquí yace Don Gil de Santa María de Guadalupe a quién se apareció esta imagen”.
La imagen de la Virgen es una escultura pequeñita de tez muy morena, con el Niño Jesús en sus brazos, vestida muy lujosamente. Esta imagen está colocada arriba del altar mayor y descansa sobre una base giratoria, para que los fieles puedan contemplarla de cerca, en su hermoso Camarín, adornado entre otras cosas con los escudos nobiliarios de grandes personajes, entre ellos: Cristóbal Colón y Hernán Cortés.


La historia de esta aparición es muy extensa, por los numerosos milagros que se sucedieron a partir de entonces. Su fama corrió por toda España y pronto se levantó un Monasterio de monjes jerónimos, en el año de 1389, al que siguieron Hospitales y Colegios, llegando a contar con una de las Bibliotecas más famosas de toda España. Desde esa fecha, durante todo el siglo XV y el XVI fue la Patrona de los Reinos de Castilla, mientras que la advocación del Pilar quedó solamente para el Reino de Aragón.

Alguien ha escrito acertadamente, que España le debe a Nuestra Señora la Virgen María las tres cosas más importante de éste mundo:



A su advocación del Pilar: la FE.
A su advocación de Covadonga: la PATRIA.
A su advocación de Guadalupe: el IMPERIO.


A la Virgen de Guadalupe se encomendaron los Reyes Católicos en sus empresas militares y descubridoras. Antes y después del Descubrimiento del Nuevo Mundo, Cristóbal Colón fue a orar ante la imagen de la Virgen y allí llavó los indios antillanos que traía con él.

Hernán Cortés ofreció a la Virgen en 1529, un lujoso exvoto en plata y esmeralda que los artífices de Moctezuma cincelaron en Azcapotzalco, de la ciudad de México. Este exvoto tenía la figura y llevaba dentro, el cuerpo de la salamandra ponzoñoza que lo mordió en Yautepec.

En cuanto al nombre GUADALUPE, como consecuencia de su importancia entre católicos y no católicos; las investigaciones, opiniones y preferencias son múltiples y no han terminado aún al comenzar este tercer milenio.

Desde luego GUADALUPE es un vocablo hispanoárabe, y digo hispano porque en España nació, no lo llevaron los árabes en su invasión a la península ibérica. Se compone del sustantivo GUADI vocablo árabe-marroquí que significa RÍO o cañada donde corre un Río, y de la terminación LUPE; vocablo muy discutido.

En las provincias del sur se multiplican los topónimos que comienzan con la palabra GUAD: Guadaira, Guadajoz, Guadiana, Guadalajara, Guadalaviar, Guadalcanal, Guadalcázar, Guadalmedina, Guadalope, Guadalopillo, Guadalporcum, Guadalquivir… y por fin: GUADALUPE.

Todos estos nombres son de origen árabe pero ya modificados por el pueblo hispano latino, es decir; nuevos vocablos sincréticos nacidos en España.

LUPE; pudiera ser de origen árabe, pero ¿ cual es su significado?, o hispano-latino, tal vez sería un sincretismo, no son comunes estos nombres sincréticos, sin embargo, hay uno conocido que es Medinaceli-Ciudad del Cielo.

En latín tenemos varios vocablos que se asemejan a LUPE: lub -cascajo- lubben -oculto, lupa -cueva-, lupus -lobo- lupae -lobos.

GUADA – RÍO; LUPE – LOBOS: ¿Significa “RIOLOBOS”?

Cristóbal Colón bautizó como Guadalupe a una de las islas que descubrió en el mar Caribe. Los conquistadores del Nuevo Mundo traían junto su espada pequeñas imágenes de la Virgen de Guadalupe, por ser la advocación más venerada en los reinos de Castilla.



EL NOMBRE DE LA VIRGEN DE GUADALUPE NO ES INDÍGENA




La Divina Providencia guiaba las gestas de los seguidores de la Cruz de Cristo, en la conquista de los pueblos idólatras. Esta era una guerra contra el demonio para arrancarle las almas que tenía en su poder. Vencidos los Culhúas el 13 de agosto de 1521, Cortés pide al emperador Carlos V que le enviara religiosos santos para iniciar la evangelización, y llegaron 12 apóstoles a las tierras del Anáhuac en 1524 encabezados por Fray Martín de Valencia.

Pasaban los años y los frailes franciscanos trabajaban muy duro, pero la tarea era muy grande, humanamente imposible. Sería indispensable la intervención de la Madre de Dios para afianzar la Palabra Divina en los corazones de los neófitos. Ella eligió a un humilde joven indio recién bautizado, un hombre de corazón puro llamado cristianamente Juan Diego del pueblo de Cuauhtitlán, casado, quién vivía con su tío Juan Bernardino.

El día 9 de diciembre de 1531 muy temprano, Juan Diego tuvo la primera entrevista con la Santísima Virgen, Ella le habló en la lengua nahua porque Juan Diego no entendía ninguna otra. La Madre de Dios pidió que se le construyera un templo ahí en la loma del Tepeyac; en la segunda entrevista le ordenó lo mismo, pero la radiante señora no le dijo su nombre. Solamente se lo reveló al tío Bernardino en la tercera aparición, a quien sanó de su enfermedad, diciendo la Virgen en lengua nahua “Yo Soy La Siempre Virgen” y en castellano:“SANTA MARÍA DE GUADALUPE”, primeramente, porque esos tres vocablos no existían en la lengua indígena, y además, para que los españoles entendieran claramente que se trataba de la advocación más conocida y venerada de España en aquella época.

Las milagrosas apariciones de la Santísima Virgen María se terminaron con la cuarta entrevista a Juan Diego, cuando Nuestra Señora estampó milagrosamente su imagen en la tilma, que aquel entregó al Obispo Juan de Zumárraga el día 12 de ese mes de diciembre de 1531.

LA DISTORSIÓN DEL NOMBRE GUADALUPE



Alguien ha dicho muy atinadamente de la gran cultura azteca, que los historiadores y arqueólogos, sobre todo extranjeros han alabado tanto; no pasa de ser un gran mito. Sus lenguas eran muy variadas, no tenían reglas, carecían de Gramática. Cuando los Frailes comenzaron a aprenderlas fueron conformando a la estructura del idioma latino, escribiendo los fonemas indígenas con letras del alfabeto latino. Es de esta manera que los indígenas poseedores de las antiguas tradiciones de sus pueblos escribieron historias y relaciones.

Los historiadores modernos indigenistas tratan de manera forzada interpretar el nombre SANCTA MARÍA GUDALUPE con vocablos nahuas, hacen curiosos retruécanos acomodando los fonemas indígenas para desbaratar el nombre que la Santísima Virgen eligió para ser llamada por los habitantes del Nuevo Mundo.

He aquí algunos de sus inventos:

Cuatlallope…, Tecuantlanopeu…, Tequantlaxopeuh…, Cuauhtlalapan…, Tlecuantlacupe…, Coatlaloclapia”… etc.

Es un hecho, que también el padre Juan González intérprete entre Juan Diego y el Obispo Zumárraga escribió una relación de las apariciones en la lengua nahua y en castellano.

Quizás, la relación más conocida es la que escribió en nahua con caracteres latinos, el noble indígena bautizado don Antonio Valeriano Chimalpain pariente de Moctezuma. Este recibió la sabiduría de los Frailes, fue profesor del Colegio de Tlatelolco y Gobernador de los indios por 30 años. Del rey don Felipe II recibió una carta de felicitación por su buen gobierno.

Del escrito original de Valeriano se hicieron varias copias, una de ellas la tuvo el padre jesuita Carlos de Singüenza y Góngora. La Relación de Valeriano que ha llegado a nuestros días es la que copió en 1649 el cura de Guadalupe Fray Luis Lasso de la Vega en lengua nahua titulada “Aparición de Santa María de Guadalupe”, comienza con las palabras “Nican Mopohua…” que quieren decir: “Aquí se refiere ordenadamente de que manera maravillosa se apareció hace poco en el Tepeyac la siempre Virgen Sancta María Madre de Dios, nuestra Reina que se nombra GUADALUPE… 9 diciembre… 1531″ y en ese documento aparecen las siguientes frases ” Huei tlamahuizoltica o monexiti ilhuicac tlatoca ihuapilli SANCTA MARÍA… GUADALUPE…”Con lo que se prueba que la Santísima Virgen no se llamó a sí misma con ninguna interpretación indígena cuando le habló a Juan Bernardino, porque no existían esas palabras en lengua nahua.

Cuando el tío de Juan Diego relató al Obispo Zumárraga el suceso, habló en lengua nahua y el traductor padre Juan González no tuvo dificultad para ello pues Bernardino dijo claramente el nombre GUADALUPE, no empleando ningún vocablo indígena.

domingo, 23 de octubre de 2011

HERNÁN CORTÉS Y LA “EMPRESA DE TITANES”


Así  como la Historia de México  anterior a la Conquista se divide en dos periodos bien marcados, la del México Hispano está dividido en forma semejante.
La primera parte es bastante corta. Duró de 1519 , cuando Cortés desembarcó, a 1521, cuando tomó la ciudad del lago texcocano. Ya para 1535 todo el territorio de México había quedado bajo el régimen virreinal español. El segundo período empieza donde acaba el primero, y termina en 1821, cuando tras la insurrección acaudillada por Agustín de Iturbide, el último virrey, O´Donojú, estampó su firma en el tratado de paz en que se reconocía la independencia mexicana. La figura dominante del primer período, es la de Hernán Cortés. Figuró también en el segundo, pero con papel diferente.
En el primero era conquistador; en el segundo, administrador.
También era un hombre transformado. Como la espada que llevaba al cinto y que tenía dos filos muy cortantes, pero cuya empuñadura afectaba la forma de una cruz; así el primer Cortés -la hoja de acero- era todo un capitán, mientras el otro Cortés, la empuñadura, era un misionero, de gran celo aunque no de gran prudencia. La dura necesidad de batallar mantuvo en él siempre al soldado, pero concluída la batalla, su corazón, cuando menos, era el de un fanático de Dios y de México. Hasta tenía que irle a la mano su capellán fray Bartolomé de Olmedo, por el celo rabioso con el que pretendía persuadir a Moctezuma a que aceptara la fe cristiana.
Nunca olvidó su carácter de cruzado. Los cristianos de aquel tiempo eran, por regla general, más o menos como Cortés y los otros conquistadores. Ellos lograron asir un hecho esencial acerca del cristianismo, que los hombres de hoy solemos no advertir; me refiero a que ellos supieron que el cristianismo no es un estado de perfección, sino un camino que conduce a ella. No esperaban poder huir de todo pecado, pero aspiraban a cometer los menos posibles. Reconocían el hecho de que el alma será siempre un campo de batalla mientras le estorbe el cuerpo. La bondad era para ellos un ideal, pero los ideales a menudo interrumpen la acción durante una lucha. Se ha condenado rotunda y vigorosamente a Cortés por sus métodos de conquista. Poco se ha dicho, sin embargo, de sus labores esforzadas, de sus genuinas facultades de estadista y de su firme propósito de no desilusionar a quienes le enviaron a conquistar el Nuevo Mundo.
Siempre vivió ofreciendo la paz a sus enemigos y se metió en extremos trabajos para introducir animales domésticos y mejores sistemas de cultivo en el nuevo país. Su política respecto a los indios, se adelantó a su tiempo en muchos siglos; y su táctica dio magníficos resultados, no como los muchos y muy diversos sistemas que adoptaron los colonizadores del Norte. A este “opresor de los indios”, parece que con mayor frecuencia lo consideraban ellos como su amigo.1
Riva Palacio, dice
“… y no sólo es el gran protector de los vencidos, sino que ellos mismos lo consideran más que como vencedor y su enemigo, como su jefe, al grado que él los prefería a los españoles, y ellos a sus caciques y señores naturales”.
El aprecio de los indios por Cortés queda bien demostrado con la recepción jubilosa que le otorgaron a su regreso de Honduras.2
Aunque derrotó a los tlaxcaltecas, se hicieron sus aliados; y cuando los españoles, vencidos y maltrechos en aquella Noche Triste, huían del valle ante las huestes de los aztecas, fueron los de Tlaxcala quienes lo socorrieron y vendaron sus heridas, prepararon con ellos una nueva acometida y les ayudaron por fin a ganar la última victoria después de un sitio de tres meses. La verdad es que a Cortés lo veían las tribus enemigas de los aztecas, como a u libertador de sangría tiranía.
Y con razón, ya que los aztecas imponían tributo  a 355 pueblos y aldeas, cuyos moradores no trataban ellos de gobernar, sino sólo de esquilmar. lo que habría sucedido si no hubiese llegado la civilización europea al Norte y Sur de América, es que todo el Continente se hubiera trocado en un vasto territorio de errantes tribus primitivas, entregadas a una burda idolatría y al canibalismo, hasta que por la ley de la lucha entre animales feroces, habría terminado el Continente por ser una gran selva poblada nada más de fieras con mayores derechos sobre el territorio, por cuanto hace a la decencia, que los humanos de quienes la heredaron.3
El grande, el indiscutible beneficio que a Hernán Cortés debieron las razas indígenas del Anáhuac, fue haberlas libertado de la barbarie caníbal y de la práctica abominable de los sacrificios humanos. Sólo esto bastaría para justificar la Conquista, si no hubiesen ocurrido al mismo objeto la difusión de la doctrina católica y de la cultura europea, trasplantadas a la Nueva España desde los primeros tiempos del régimen creado por el conquistador a raíz de la toma de México.
Hernán Cortés, con la clara visión de su genio, comprendió que, para dar al país conquistado una organización que corresponde a sus amplias miras y a los recursos naturales de la tierra, era necesario empezar la obra por los cimientos. Tratábase de fundar una nueva nacionalidad con los elementos de las dos razas, la española y la indígena; no de exterminar ésta al modo que lo hicieron los ingleses en sus colonias americanas, y, con la penetración del hombre que se ha echado a cuestas una empresa de titanes, buscó en la moral y en la religión las bases que habrían de sustentar tan grande obra, y pidió a Carlos V que le enviase misioneros de santidad acrisolada.
España al conquistar y colonizar esta parte del Continente Americano que se llama México, se propuso fundar una nación con todos los atributos que a ésta corresponden. No exploró el territorio como se explota un predio de propiedad privada, hasta con el abuso (abutendi) a que da derecho la legislación clásica desde la época de Roma; no esclavizó a las tribus indígenas, ni procuró embrutecerlas, como dicen algunos, estúpida o dolosamente. Con los elementos de las dos razas, organizó una nacionalidad en toda forma, de acuerdo con los planes de Hernán Cortés, que fueron trascendentales y elevados, porque si el Conquistador se mostró durante la lucha contra los aztecas y otros pueblos digno de hombrearse con los caudillos más ilustres de la humanidad, en la organización de la corona, al establecer los cimientos de Nueva España y trazar las líneas generales de la política y la administración, más puso de relieve su grandeza y geniales arrestos, no igualados ni superados todavía en el mundo americano.
Para vergüenza nuestra, Hernán Cortés no tiene en México un solo monumento que honre su memoria. Al revés, algunos le denigran y rebajan, mientras que a raíz de la Conquista, cuando humeaban las ruinas de la gran Tenochtitlán, los indios le veían con admiración y le veneraban como a un padre, y, en efecto, lo era, porque Corté fué, de hecho y de derecho, el “padre de la nacionalidad mexicana”.  Algún día habremos los mexicanos de levantar ese monumento, en el que deberá representarse a Cortés empuñando aquel estandarte que ideó al iniciar su epopeya en México, que tenía unos fuegos azules y blancos y una cruz colorada en medio y esta inscripción:
Amici, sequamus crucem, et si nos fidem habemus, vere in hoc signo vincemus, que significa: Amigos, sigamos la Cruz, y si tenemos fe, verdaderamente venceremos con esta bandera.



Bibliografía
1 Méjico a través de los siglos, II, p. 353
2 Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Bernal Díaz del Castillo, cap. CXLIX (CXC)
3 Mons. Francis Clementte Kelly, Obispo Católico en E. U.

HERNÁN CORTÉS 464 ANIVERSARIO DE SU FALLECIMIENTO



El próximo 2 de diciembre de 2011, se cumplen 462 años  en que  aquella noche lluviosa y fría, fallecía en la casa de campo del jurado y escribano real don Juan Rodríguez de Medina,  situada  en la Villade Castilleja de la Cuesta, en la orilla  derecha del río Guadalquivir, opuesta a la gran ciudad de Sevilla, “El notable y valeroso Hernán Cortés, engrandecedor de la honra e imperio de España” en palabras del Obispo de Navarra.
Hernán Cortés acababa de entregar el alma a la edad de 62 años rodeado, de su hijo, el sucesor de 15 años, Martín Cortés Ramírez de Arellano, de su primo fray Diego Altamirano y  del prior fray Pedro de Zaldivar quienes le ayudaron a bien morir. Su cuerpo quedó sobre  una cama del piso alto de la casa, que aún hoy en día la muestran a los turistas, las monjas encargadas del colegio en que se ha convertido la antigua morada. Menos de dos meses antes de su muerte, sintiéndose desfallecer por la grave disentería que le había impedido embarcase parala Nueva España, como había sido su intención primera, había dictado su Testamento en el cual asentaba, con minucia y lucidez todo lo relativo a sus negocios, a las personas que beneficiaba, y aún, lo relacionado con sus exequias.
“En el nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que son tres personas y un Dios verdadero, el cual tengo, creo y confieso por mi verdadero Dios y Redentor, y de la gloriosísima y bienaventurada Virgen, su bendita madre, Señora y Abogada nuestra, Sepan que cuantos esta carta de Testamento vieren, como yo D. Fernando Cortés, marqués del valle de Oaxaca, Capitán general de la Nueva España y mar del Sur, por la majestad cesárea del emperador D. Carlos Vo, de ese nombre, rey de España, mi soberano príncipe y señor. Estando enfermo, y en mi libre y natural juicio, cual Dios Nuestro Señor fue servido de me lo dar, temiéndome de la muerte, como sea cosa natural a toda criatura,, queriendo estar aparejado para cuando la voluntad de Dios sea de me  llevar, y de lo que conviene al bien de mi alma, seguridad y descargo de mi conciencia, otorgo e conozco por esta carta que hago e otorgo y ordeno este mi Testamento, última y postrimera voluntad en la forma y manera siguiente…………”. Primera cláusula: “Primeramente mando, que si muriese en estos reinos de España, mi cuerpo sea puesto e depositado en la iglesia de la parroquia donde estuviere la casa donde yo falleciere, e que allí esté en depósito e hasta que sea tiempo e a mi sucesor le parezca de llevar mis huesos a la Nueva España, lo que le encargo e mando que ansí haga dentro de diez años e antes si fuere posible e que los lleven a la mi villa de Coyoacán, y allí le den tierra en el monasterio de monjas que mando hacer e edificar en la dicha mi villa…y…..constituyo por mi enterramiento y de mis sucesores”.
Por lo anterior hemos visto que la primera preocupación, aparte de estar bien con Dios, es que sus restos descansaran en la tierra de su Conquista, en el país que robó su corazón y que con tan grande empeño lo había liberado del paganismo y tan sabiamente lo había gobernado emitiendo directivas que duraron por muchos años. Los restos de Hernán Cortés no pudieron quedar en Coyoacán como había sido su deseo. Actualmente permanecen, tras diez consecutivos traslados, en  la Iglesia aneja al Hospital de Jesús Nazareno, del Centro Histórico de la ciudad de México. Una simple placa de bronce consigna: HERNÁN CORTÉS, 1485-1547. En el muro lateral del presbiterio al lado del Evangelio a un altura de 2.50 metros descansan los restos del hombre sin igual,  fundador de un país y de un pueblo nuevos, como resultado de su Conquista. A continuación, para terminar esta breve reseña, consignaré el elogio que hace del Fundador un contemporáneo suyo y testigo de muchos de sus actos. Se trata de un hombre santo, protagonista como él,  del nacimiento de la nueva nación que con los años sería México: Fray Toribio de Benavente, alias Motolinía.
El historiador don Alfonso Trueba escribe en sus comentarios sobre Motolinía: “Nos parece que es el elogio más bello que ha recibido Cortés porque es el elogio de un santo. Si alguna duda tuviésemos acerca de la grandeza de Hernán Cortés, nos bastaría el testimonio de Motolinía para desvanecerla”
Este elogio fue escrito después de muerto don Hernando, así que no puede atribuirse a ningún interés, es, por tanto, de un hombre que lo conoció y trató, además, de que nunca dijo mentira alguna.
 “Algunos que murmuran del Marqués del Valle, que Dios tiene, y que quieren ennegrecer y oscurecer sus obras, y yo creo que delante de Dios las obras de ellos, no son tan aceptas como lo fueron las del Marqués; aunque como hombre fuese pecador, tenía fe y obras de buen cristiano, y muy gran deseo de emplear la vida y la hacienda en ampliar y aumentar la fe de Jesucristo, y morir por la conversión de los gentiles….” “Dios lo visitó con grandes aflicciones, trabajos y enfermedades para purgar sus culpas y limpiar su ánima, y creo que es hijo de salvación y que tiene mayor corona que  otros que lo menosprecian….. trabajó de decir la verdad y de ser hombre de su palabra, lo cual mucho aprovechó con los indios….”  “Traía por bandera una Cruz colorada  en campo negro, en medio de unos fuegos azules y blancos, y la letra decía: Amigos, sigamos la Cruz de Cristo, que si en nosotros hubiera Fe, con esta señal venceremos….” “¿Quien así amó y defendió a los indios en este mundo nuevo como Cortés?. Amonestaba y rogaba mucho a sus compañeros que no tocasen a los indios ni a sus cosas, y porque un español llamado Juan Polanco, cerca del Puerto, entró en casa de un indio y tomó cierta ropa, le mandó dar cien azotes…..”“Por este Capitán nos abrió Dios la puerta para predicar el Santo Evangelio, y éste puso a los indios que tuvieran reverencia a los Santos Sacramentos, y a los ministros de la Iglesia en acatamiento; por esto me he alargado, ya que es difunto, para defender en algo de su vida….”
 He aquí pues, estimados amigos, algunos contundentes conceptos, asentados en documentos irrefutables que, lamentablemente, cierto sector de los historiadores oficiales mexicanos, tendenciosos y partidistas ocultan, para que el ciudadano común no conozca el heroico y luminoso despertar de su patria.

miércoles, 10 de agosto de 2011

LA FE DE HERNÁN CORTÉS


Cuando Hernán Cortés desembarcó en la isleta de San Juan de Ulúa, el jueves Santo 21 de’ abril de 1519, al frente de casi 600 hombres de guerra; habían pasado solamente 27 años desde la toma de Granada por los Reyes Católicos y 26 años y medio desde el descubrimiento del continente americano por Cristóbal Colón. Por lo tanto, Cortés y sus seguidores continuaban el impulso natural de la España de entonces, primera potencia europea, que junto a Portugal, abrían las rutas marinas al comercio y a la Fe cristiana.

Frente al pequeño grupo de exploradores se dibujaba la línea costera de un mundo desconocido.
Solamente, dos breves exploraciones anteriores habían tocado ese litoral; la de Hernández de Córdoba en 1517 y la de Juan de Grijalva en 1518.
México, nuestro país no existía todavía, el pueblo mexicano estaba aún por nacer y el territorio que Cortés contemplaba era ocupado por muy diversas tribus paganas que hablaban más de 50 lenguas y dialectos diferentes guerreando continuamente unos contra otros. De entre ellos el mas fuerte era la tribu culhúa, casta guerrera seguidora de una religión cruelísima con la cual esclavizaba a muchos pueblos oscureciendo su espíritu. Cada comunidad sometida debía entregar, entre otros, un tributo de jóvenes y doncellas para el sacrificio a sus dioses. Cada cacique temblaba con solo escuchar el nombre del gran “tlatoani” (el que habla más fuerte, el mandamás) Moctezuma.
Para entender la FE de Hernán Cortés y de sus compañeros hay tomar en cuenta los antecedentes históricos que habían formado su carácter. En los españoles de los siglos XV Y XVI palpitaba la sangre de más de 30 generaciones de luchadores contra el musulmán, infiel invasor de Iberia por casi 800 años. Todos esos siglos de guerra templaron el valor y la FE de los cristianos, cualidades que no tenían los otro pueblos europeos.
Por lo tanto, para los hijos de la casta hidalga, empuñar la espada o la lanza era la única manera de ganarse el pan y hacer morada. El hidalgo, no podía ejecutar otro trabajo, deshonra era, hacerlo por otros medios que no fuesen arriesgar con valor la propia vida, hacer fortuna, mantener su linaje o crear otro con las armas en la mano; todo esto, era lo correcto y digno para los jóvenes cristianos. El ancestral llamado de la cruzada medieval estaba en el alma de los conquistadores del nuevo mundo.
La Cruz y la Espada eran el signo de la FE.
Salvar las almas de los paganos de América, aún contra su voluntad, extender el reinado de Jesucristo, eran los principales motivos de la Conquista; el llamado venía de Dios, los medios, de esos jóvenes, muchos de los cuales morirían en la aventura.
Hernán Cortés esa el prototipo de esa casta de guerreros natos, para quienes la vida no tenía otro sentido que empuñar la espada, montar a caballo y arriesgar su vida con valor. Ganar la fortuna del infiel y del pagano a cambio de llevar la luz de la verdadera FE, protegiendo a los religiosos en su labor evangelizadora.
A los 19 años de edad el joven hidalgo Hernán, se precipitó en el tumultuoso torrente humano que buscaba fortuna y honra o tal vez la muerte. Como tantos otros cruzó el océano tormentoso obedeciendo al llamado divino que marcó en Descubrimiento y la Conquista del nuevo mundo. SERVIR A DIOS Y AL REY era el lema.
Los hidalgos y gente llana que se embarcaban en Sevilla para las nuevas tierras descubiertas debían registrarse en La Casa de Contratación, estupendo filtro, que no permitía el ingreso de forajidos, perseguidos por la Justicia, dudosos cristianos, mujeres de mala vida y de quienes no pudiesen pagar su pasaje. Con los cientos de miles de documentos del Archivo sevillano se derriba la Leyenda Negra confeccionada por los enemigos de España con la que afirman maliciosamente, que los conquistadores del continente eran una banda de maleantes. La Corona española controló muy bien a sus emigrantes durante los 330 años que dominó en toda la Tierra Firme americana.
Todo lo contrario de la Corona inglesa, que desde principios del siglo XVII, vació sus cárceles y calles de sus ciudades de toda laya de indeseables, embarcando a cientos de miles para poblar las costas de Norteamérica. Propiciando, con esto, la extinción de los indios y la trata de esclavos negros arrancados del África.
En la mente de los conquistadores, los seres humanos se dividían en cristianos, infieles y: paganos; convertir a éstos a la FE de Jesucristo, a la luz de Su Revelación y someterlos al Rey Emperador de las Españas era un deber primordial. Al Rey se le debía lealtad por ser ministro de Dios en la Tierra para defender a los cristianos de sus enemigos jurados y visibles: los musulmanes; mientras que al Papa se le obedecía por ser el representante de Cristo para velar por la salud espiritual de los fieles y defenderlos de los enemigos de la FE: los judaizantes, los infieles y los herejes.
Hernán Cortés era hombre de FE probada; el soldado cronista Bernal Díaz del Castillo escribe en su “Historia Verdadera”:
“Cortés era muy religioso, rezaba todas las mañanas en su libro de oraciones y oía la Santa Misa con devoción”.
Antes de entrar en batalla con los nativos les hacía leer por medio de sus intérpretes, el Requerimiento legal; si aceptaban ser amigos se les daba la paz, en caso contrario, se les hacía la guerra.
Para entender a los conquistadores y, con ellos, a su más insigne representante hay que ser consciente de esta circunstancia: Toda la actuación de Cortés como conquistador, gobernante, político, poblador y constructor de la nueva nación mexicana, estaba impregnada del ideal medieval que creó la civilización cristiana, del amor que sentía por la tierra de su conquista, de la que hoy formamos parte y de su fidelidad al Rey. Hernán Cortés estaba convencido de la santidad de su empresa.
En noviembre de 1547 en Castilleja de la Cuesta, poco antes de fallecer, pide en la primera cláusula de su testamento que sus restos sean trasladados la villa de Coyoacán. Actualmente, éstos se encuentran ella iglesia anexa al Hospital de Jesús por él fundado en el centro de la ciudad de México.
Los hombres y mujeres del siglo XXI, sobre todo los que pontifican de historiadores oficiales, no ven o no quieren ver los antecedentes del nacimiento de la nación mexicana. Influenciados, como están, por los anti valores del cristianismo, como son: el ateísmo, el liberalismo, la indiferencia religiosa y el hedonismo; permeados por las corrientes destructoras de la mente y del espíritu; del mundialismo apabullante y su secuencia sensiblera, romántica, debilitadora de la educación y del carácter heredados de nuestros ancestros.
A los intelectuales que desprecian la verdad histórica, qué la han sustituido por otra falsa, fantasiosa y subjetiva, hago un llamado urgente: recobremos el conocimiento y la difusión de nuestro pasado mediterráneo. Somos el resultado de la Conquista española.
El nacimiento de lo que sería México comenzó cuando Cortés derribó los ídolos del templo mayor culhúa y luego el 13 de agosto de 1521 (la Conquista). Su FE de Bautismo se escribió el 12 de diciembre de 1531 (Aparición de la Virgen Santísima en el cerro del Tepeyac) y su Confirmación sería el 27 de septiembre de 1821 (La entrada del Ejército Trigarante con Agustín de Iturbide al frente).

miércoles, 29 de junio de 2011

EL CONTROVERTIDO FRAY BARTOLOMÉ DE LAS CASAS (2ª parte)

LA VIDA Y ESCRITOS DE FRAY BARTOLOMÉ, OBJETO DE LAS MÁS VARIADAS INTERPRETACIONES



Ya es bien sabido que, en general, Las Casas ha tenido una acogida muy favorable durante el ultimo siglo y medio, tanto fuera como dentro de España, y tanto de parte de eclesiásticos como de seglares, y aun de los enemigos del catolicismo. Como también es conocido que han sido pocos los que han conocido y leído sus obras mas importantes y voluminosas. Tanto la vida de don Antonio Maria Fabie, como antes la del poeta don Manuel José Quintana 10 son laudatorias, con ciertas reservas sobre su actitud antiespañola y el vértigo de los números. Entre las numerosas vidas o artículos publicados en el extranjero, el tono laudatorio rara vez abandona a los admiradores incondicionales de Las Casas, prácticamente todos. Solo más recientemente se han hecho tímidas correcciones y reservas. Entre los extranjeros que siguen la línea admirativa, pero muestran también determinados reparos que hacer a Las Casas historiador o a sus escritos, hay que contar a Lewis Hanke, en diversas obras y artículos, y a Marcel Bataillon, buenos historiadores y conocedores de la América hispana, pero arrastrados, tal vez demasiado, en conjunto, por su fervor lascasista. Su contribución al conocimiento de la vida y de los escritos del protector de los indios es considerable, con aciertos dignos de tenerse en cuenta. Pero creemos que también con ellos valen las observaciones que hace don Ramón Menéndez Pidal.
Entre los españoles, podemos contar entre los recientes panegiristas de Las Casas, especialmente a don Manuel Giménez Fernández y al padre Manuel Maria Martínez, O. P., en su obra Fray Bartolome de las Casas, el gran calumniado. Sin dedicarse del todo a su personaje, ha intervenido también bastante en su favor el padre Venancio D. Carro, O. P. Merece destacarse el Estudio preliminar, de don Juan Perez de Tudela, a las Obras escogidas de fray Bartolome de las Casas: pertenece al grupo lascasista, aunque también hace notar determinados errores de su biografiado, o exageraciones o desviaciones tanto en el mismo fray Bartolomé como en sus biógrafos. Es un estudio que hay que tener en cuenta, tanto en su aportación histórica como en el estudio de la personalidad del discutido obispo. Cierta dureza de estilo y prurito de filosofar oscurecen un poco las líneas del estudio, haciendo mas fatigosa su lectura; pero, en definitiva, es una buena aportación a estos estudios. Existe el grupo antilascasista, como gustan de llamarlo hoy los defensores, frecuentemente exagerados, de Las Casas, pero que generalmente tratan de hacer con él el criticismo que tanto practicó Las Casas con las cuestiones referentes a las Indias y las personas que intervinieron en ellas y tanto ponderan sus adictos. Creemos que es un deber histórico el hacerlo, con tal que se haga únicamente con argumentos y de modo digno, como lo pide la materia.
Solo que, de hecho, surge inevitablemente la polémica. Y no sabemos porqué haya de haber una especie de intangibilidad para un personaje discutido, que, a muy grandes méritos, une también algunos deméritos. Debería llegarse a un honrado examen del problema, sin acudir en seguida a expresiones injuriosas para los que disientan de nuestro parecer, como se ve, por desgracia, con no rara frecuencia. Así habría modo de entenderse y de llegar mejor a conclusiones históricamente aceptables y dentro de los respetos debidos a personas e instituciones.

Por lo que hace a los que ponen graves reparos al valor histórico de la Destrucción y, en parte, a otros de sus escritos, así como hacen resaltar el daño sobrevenido a España con su publicación, su lista es fuerte en España e Indias desde el siglo XVI, y, en otras partes, en tiempos mas recientes: Fray Toribio de Benavente (Motolonia), en Méjico, 1555, Bernal Díaz del Castillo, fray Vicente Palatino de Curcola, dálmata misionero en América, el virrey don Francisco de Toledo, el anónimo de Yucay, Juan de Castellanos, y el mismo padre fray Antonio de Remesal, por no hablar luego de León Pinelo o Bernardo Vargas Machuca. Entre los modernos, Menéndez Pelayo, Serrano y Sanz, Jerónimo Becker, Ángel Altolaguirre, Menéndez Pidal, académicos de la Historia, a los que habría que añadir el padre Constantino Bayle y el padre Sáenz de Santamaría.

Entre los modernos americanos son muchos también los que ponen serios reparos a Las Casas. Bayle cita a Carlos Pereira, Lucas Alamán, Mariano Cuevas, Otero d'Acosta, Riva Agüero, Porras Barrenechea, Enrique de Gandía, Baron y Castro y Carabia, a los que se puede añadir Félix Restrepo y Roberto Levillier, también académicos en sus patrias, o escritores de renombre.

Por lo demás, aun los «lascasistas», contribuyen también al criticismo de que venimos hablando. Entre los hispanoamericanos, se cita a Agustín Yañez y José Maria Chacón y Calvo. Entre los españoles, ya desde el mismo poeta don José Maria Quintana, don José Larra, Antonio Maria Fabie, don Antonio Ballesteros, don Juan Pérez de Tudela 25, señalan graves defectos históricos o personales.

Es frecuente en esta polémica no fijar bien las posiciones respectivas, y con ello se hace tanto más difícil la convergencia de opiniones. Especialmente cuando se trata de católicos, y, mas aún, de sacerdotes o religiosos, se debería llegar a un minimum de entendimiento en fijar las posiciones respectivas y a un maximum de caridad en interpretar al prójimo, sin extrañarse de que haya discordancias de pensar, pero si de que se trate tan duramente, como a veces se ve, a los que disienten del parecer propugnado por cada autor.

Por lo que hace a los extranjeros que tratan estos asuntos, fuera de los que se dedican de veras a ellos (Schafer, Bataillon, Hanke, etc.), que van siendo cada vez mas numerosos, es frecuente encontrar en ellos una ignorancia bastante caracterizada de las cosas españolas, históricas o aun actuales. Apenas han leido más que algunas páginas de la Destrucción, o lo que dicen diversos historiadores suyos, que, generalmente, no son, ni mucho menos, autoridad en la materia. Y, además, casi siempre tienen cierta animosidad consciente o inconsciente a lo hispánico; se dejan llevar de la simpatía al oprimido, sin fijarse bien en las características de la opresión combatida por Las Casas y de los medios con que lo hace. En los medios americanos, por creerle un campeón de su independencia, lo han idealizado demasiado. Ahora comienzan muchos de ellos a conocerle mejor.

En cuanto a los españoles, el problema es más complejo. Son pocos los que admiten sin más la verdad histórica de la Destrucción, fuera de algunas líneas generales del cuadro. Algunos se dejan arrastrar por la admiración al héroe de los oprimidos, sin descender a detalles, o llevados de algunas lecturas favorables. Otros, por afán de revisionismo histórico, o por tendencias doctrinales, o por la figura del héroe, constante en su batallar y en su postura doctrinal y práctica a pesar de ciertos ligeros retoques de ocasión, que se supone perseguido por los encomenderos y víctima propicia de su causa humanitaria. Pero, en conjunto, hay que confesar que estuvo más bien protegido por los poderosos, especialmente en la corte.

Resumiendo, la impresión que nos produce el gran personaje histórico y eclesiástico que ciertamente es Las Casas, hay que contar, entre sus cualidades y logros positivos, un gran amor al indígena y un gran deseo de su cristianización y salvación. Es el eje y el motor al mismo tiempo de su acción de cincuenta años en los campos más diversos y en las situaciones personales mas variadas. Una constancia invencible, tenacidad en el trabajo y en la consecución de sus planes, inventiva para defender su causa y presentarla a la mejor luz posible, gran laboriosidad, tanto en el estudio y composición de sus libros, folletos, memoriales, cartas, etc., como en asistir a consejos, reuniones, conversaciones privadas y públicas, sermones y disputas, siempre sobre el mismo tema de las Indias, de su perdición y del modo de salvarlas. Cierto desinterés personal, sugestión eficaz para persuadir sus ideas y aptitud subjetiva para la controversia, dentro de la cual cree poder dar la medida de su compleja personalidad.

Junto a estas indudables cualidades, que explican sus éxitos, hay que colocar otras que las desvirtúan en parte, a veces importante, y esterilizan también parcialmente en diversa medida los frutos que pretendía conseguir en favor de la Iglesia Católica, de sus protegidos y aun de España. Creemos que el que haya leído la obra de Menéndez Pidal, por más que no quiera admitir todas sus consecuencias y limite diversas afirmaciones del ilustre polígrafo, no tendrá mas remedio que reconocer una parte de realidad a las cualidades negativas, tanto por lo que hace a la vida eclesiástica o religiosa, que aspira al amor universal y a la perfección por Dios, cuanto a las circunstancias, móviles y comportamientos en aspectos mas humanos y terrenos.

Difícil será negar cierta autoestimación y suficiencia personal, algo pronunciadas en ocasiones (poco concorde con la humildad religiosa y aun cristiana a secas), y un apasionamiento constante y unilateral. Las Casas da con frecuencia la impresión de no distinguir sino dos géneros de hombres: los que admiten aunque sea con limitaciones la encomienda y diversos géneros de esclavitud con los indios americanos, y los que las niegan rotundamente. Y la calificación de las personas parece estar dominada por esa misma preocupación: los malos, los encomenderos y allegados, y los buenos, los otros. Teniendo buenas cualidades de historiador, como lo demuestra cuando no tropieza directamente con el problema del trato de los indios, v.gr., en la historia de Colon en sus principios y en otras diversas ocasiones en que es escrupuloso y concienzudo, sin que pueda admitirse la tesis de Carbia de falsificación a sabiendas, se ciega muchas veces cuando se cruza este problema y sus protagonistas, y parece poco capaz de comprender la postura y los argumentos de sus contrarios, que, en la práctica, no siempre estaban tan desviados del recto camino como él da a entender.

Recurrió en diversas ocasiones a proceder sin licencia expresa de sus superiores, o la consiguió en forma rara, como cuando pide, el 15 de diciembre de 1540, a Carlos V, entonces en Flandes, que encargue al provincial de los dominicos mande a Las Casas esperar en España el regreso de Su Majestad. Tiene rasgos de profetismo, teniendo como tema preferente la amenaza de la destrucción de España por su acción en Indias. No puede ocultar cierta aversión a sus paisanos, de los que no parece ver más que lo malo, sin tratar de buscar atenuantes, ni menos excusas o justificantes en su favor. Se podrá discutir sobre el alcance de todos estos capítulos negativos, y ahí si admitimos la dificultad de pronunciarse con acierto, por tratarse de un caso tan singular. Pero no de su existencia en algún grado, a veces pronunciado.