miércoles, 29 de junio de 2011

EL CONTROVERTIDO FRAY BARTOLOMÉ DE LAS CASAS (2ª parte)

LA VIDA Y ESCRITOS DE FRAY BARTOLOMÉ, OBJETO DE LAS MÁS VARIADAS INTERPRETACIONES



Ya es bien sabido que, en general, Las Casas ha tenido una acogida muy favorable durante el ultimo siglo y medio, tanto fuera como dentro de España, y tanto de parte de eclesiásticos como de seglares, y aun de los enemigos del catolicismo. Como también es conocido que han sido pocos los que han conocido y leído sus obras mas importantes y voluminosas. Tanto la vida de don Antonio Maria Fabie, como antes la del poeta don Manuel José Quintana 10 son laudatorias, con ciertas reservas sobre su actitud antiespañola y el vértigo de los números. Entre las numerosas vidas o artículos publicados en el extranjero, el tono laudatorio rara vez abandona a los admiradores incondicionales de Las Casas, prácticamente todos. Solo más recientemente se han hecho tímidas correcciones y reservas. Entre los extranjeros que siguen la línea admirativa, pero muestran también determinados reparos que hacer a Las Casas historiador o a sus escritos, hay que contar a Lewis Hanke, en diversas obras y artículos, y a Marcel Bataillon, buenos historiadores y conocedores de la América hispana, pero arrastrados, tal vez demasiado, en conjunto, por su fervor lascasista. Su contribución al conocimiento de la vida y de los escritos del protector de los indios es considerable, con aciertos dignos de tenerse en cuenta. Pero creemos que también con ellos valen las observaciones que hace don Ramón Menéndez Pidal.
Entre los españoles, podemos contar entre los recientes panegiristas de Las Casas, especialmente a don Manuel Giménez Fernández y al padre Manuel Maria Martínez, O. P., en su obra Fray Bartolome de las Casas, el gran calumniado. Sin dedicarse del todo a su personaje, ha intervenido también bastante en su favor el padre Venancio D. Carro, O. P. Merece destacarse el Estudio preliminar, de don Juan Perez de Tudela, a las Obras escogidas de fray Bartolome de las Casas: pertenece al grupo lascasista, aunque también hace notar determinados errores de su biografiado, o exageraciones o desviaciones tanto en el mismo fray Bartolomé como en sus biógrafos. Es un estudio que hay que tener en cuenta, tanto en su aportación histórica como en el estudio de la personalidad del discutido obispo. Cierta dureza de estilo y prurito de filosofar oscurecen un poco las líneas del estudio, haciendo mas fatigosa su lectura; pero, en definitiva, es una buena aportación a estos estudios. Existe el grupo antilascasista, como gustan de llamarlo hoy los defensores, frecuentemente exagerados, de Las Casas, pero que generalmente tratan de hacer con él el criticismo que tanto practicó Las Casas con las cuestiones referentes a las Indias y las personas que intervinieron en ellas y tanto ponderan sus adictos. Creemos que es un deber histórico el hacerlo, con tal que se haga únicamente con argumentos y de modo digno, como lo pide la materia.
Solo que, de hecho, surge inevitablemente la polémica. Y no sabemos porqué haya de haber una especie de intangibilidad para un personaje discutido, que, a muy grandes méritos, une también algunos deméritos. Debería llegarse a un honrado examen del problema, sin acudir en seguida a expresiones injuriosas para los que disientan de nuestro parecer, como se ve, por desgracia, con no rara frecuencia. Así habría modo de entenderse y de llegar mejor a conclusiones históricamente aceptables y dentro de los respetos debidos a personas e instituciones.

Por lo que hace a los que ponen graves reparos al valor histórico de la Destrucción y, en parte, a otros de sus escritos, así como hacen resaltar el daño sobrevenido a España con su publicación, su lista es fuerte en España e Indias desde el siglo XVI, y, en otras partes, en tiempos mas recientes: Fray Toribio de Benavente (Motolonia), en Méjico, 1555, Bernal Díaz del Castillo, fray Vicente Palatino de Curcola, dálmata misionero en América, el virrey don Francisco de Toledo, el anónimo de Yucay, Juan de Castellanos, y el mismo padre fray Antonio de Remesal, por no hablar luego de León Pinelo o Bernardo Vargas Machuca. Entre los modernos, Menéndez Pelayo, Serrano y Sanz, Jerónimo Becker, Ángel Altolaguirre, Menéndez Pidal, académicos de la Historia, a los que habría que añadir el padre Constantino Bayle y el padre Sáenz de Santamaría.

Entre los modernos americanos son muchos también los que ponen serios reparos a Las Casas. Bayle cita a Carlos Pereira, Lucas Alamán, Mariano Cuevas, Otero d'Acosta, Riva Agüero, Porras Barrenechea, Enrique de Gandía, Baron y Castro y Carabia, a los que se puede añadir Félix Restrepo y Roberto Levillier, también académicos en sus patrias, o escritores de renombre.

Por lo demás, aun los «lascasistas», contribuyen también al criticismo de que venimos hablando. Entre los hispanoamericanos, se cita a Agustín Yañez y José Maria Chacón y Calvo. Entre los españoles, ya desde el mismo poeta don José Maria Quintana, don José Larra, Antonio Maria Fabie, don Antonio Ballesteros, don Juan Pérez de Tudela 25, señalan graves defectos históricos o personales.

Es frecuente en esta polémica no fijar bien las posiciones respectivas, y con ello se hace tanto más difícil la convergencia de opiniones. Especialmente cuando se trata de católicos, y, mas aún, de sacerdotes o religiosos, se debería llegar a un minimum de entendimiento en fijar las posiciones respectivas y a un maximum de caridad en interpretar al prójimo, sin extrañarse de que haya discordancias de pensar, pero si de que se trate tan duramente, como a veces se ve, a los que disienten del parecer propugnado por cada autor.

Por lo que hace a los extranjeros que tratan estos asuntos, fuera de los que se dedican de veras a ellos (Schafer, Bataillon, Hanke, etc.), que van siendo cada vez mas numerosos, es frecuente encontrar en ellos una ignorancia bastante caracterizada de las cosas españolas, históricas o aun actuales. Apenas han leido más que algunas páginas de la Destrucción, o lo que dicen diversos historiadores suyos, que, generalmente, no son, ni mucho menos, autoridad en la materia. Y, además, casi siempre tienen cierta animosidad consciente o inconsciente a lo hispánico; se dejan llevar de la simpatía al oprimido, sin fijarse bien en las características de la opresión combatida por Las Casas y de los medios con que lo hace. En los medios americanos, por creerle un campeón de su independencia, lo han idealizado demasiado. Ahora comienzan muchos de ellos a conocerle mejor.

En cuanto a los españoles, el problema es más complejo. Son pocos los que admiten sin más la verdad histórica de la Destrucción, fuera de algunas líneas generales del cuadro. Algunos se dejan arrastrar por la admiración al héroe de los oprimidos, sin descender a detalles, o llevados de algunas lecturas favorables. Otros, por afán de revisionismo histórico, o por tendencias doctrinales, o por la figura del héroe, constante en su batallar y en su postura doctrinal y práctica a pesar de ciertos ligeros retoques de ocasión, que se supone perseguido por los encomenderos y víctima propicia de su causa humanitaria. Pero, en conjunto, hay que confesar que estuvo más bien protegido por los poderosos, especialmente en la corte.

Resumiendo, la impresión que nos produce el gran personaje histórico y eclesiástico que ciertamente es Las Casas, hay que contar, entre sus cualidades y logros positivos, un gran amor al indígena y un gran deseo de su cristianización y salvación. Es el eje y el motor al mismo tiempo de su acción de cincuenta años en los campos más diversos y en las situaciones personales mas variadas. Una constancia invencible, tenacidad en el trabajo y en la consecución de sus planes, inventiva para defender su causa y presentarla a la mejor luz posible, gran laboriosidad, tanto en el estudio y composición de sus libros, folletos, memoriales, cartas, etc., como en asistir a consejos, reuniones, conversaciones privadas y públicas, sermones y disputas, siempre sobre el mismo tema de las Indias, de su perdición y del modo de salvarlas. Cierto desinterés personal, sugestión eficaz para persuadir sus ideas y aptitud subjetiva para la controversia, dentro de la cual cree poder dar la medida de su compleja personalidad.

Junto a estas indudables cualidades, que explican sus éxitos, hay que colocar otras que las desvirtúan en parte, a veces importante, y esterilizan también parcialmente en diversa medida los frutos que pretendía conseguir en favor de la Iglesia Católica, de sus protegidos y aun de España. Creemos que el que haya leído la obra de Menéndez Pidal, por más que no quiera admitir todas sus consecuencias y limite diversas afirmaciones del ilustre polígrafo, no tendrá mas remedio que reconocer una parte de realidad a las cualidades negativas, tanto por lo que hace a la vida eclesiástica o religiosa, que aspira al amor universal y a la perfección por Dios, cuanto a las circunstancias, móviles y comportamientos en aspectos mas humanos y terrenos.

Difícil será negar cierta autoestimación y suficiencia personal, algo pronunciadas en ocasiones (poco concorde con la humildad religiosa y aun cristiana a secas), y un apasionamiento constante y unilateral. Las Casas da con frecuencia la impresión de no distinguir sino dos géneros de hombres: los que admiten aunque sea con limitaciones la encomienda y diversos géneros de esclavitud con los indios americanos, y los que las niegan rotundamente. Y la calificación de las personas parece estar dominada por esa misma preocupación: los malos, los encomenderos y allegados, y los buenos, los otros. Teniendo buenas cualidades de historiador, como lo demuestra cuando no tropieza directamente con el problema del trato de los indios, v.gr., en la historia de Colon en sus principios y en otras diversas ocasiones en que es escrupuloso y concienzudo, sin que pueda admitirse la tesis de Carbia de falsificación a sabiendas, se ciega muchas veces cuando se cruza este problema y sus protagonistas, y parece poco capaz de comprender la postura y los argumentos de sus contrarios, que, en la práctica, no siempre estaban tan desviados del recto camino como él da a entender.

Recurrió en diversas ocasiones a proceder sin licencia expresa de sus superiores, o la consiguió en forma rara, como cuando pide, el 15 de diciembre de 1540, a Carlos V, entonces en Flandes, que encargue al provincial de los dominicos mande a Las Casas esperar en España el regreso de Su Majestad. Tiene rasgos de profetismo, teniendo como tema preferente la amenaza de la destrucción de España por su acción en Indias. No puede ocultar cierta aversión a sus paisanos, de los que no parece ver más que lo malo, sin tratar de buscar atenuantes, ni menos excusas o justificantes en su favor. Se podrá discutir sobre el alcance de todos estos capítulos negativos, y ahí si admitimos la dificultad de pronunciarse con acierto, por tratarse de un caso tan singular. Pero no de su existencia en algún grado, a veces pronunciado.

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