Autor: Salvador Borrego E.
Extracto del libro “América Peligra”, 23ª Edición, Enero de 2008, pp. 101-104, transcripción parcial de la sección “Querían controlar nuestra Independencia”
El núcleo de la insurrección seguían siendo los clérigos y había tantos en las filas insurgentes que el Virrey decretó (junio 25, 1812) que éstos quedaban bajo la jurisdicción militar y que serían ejecutados sumariamente, sin previa degradación eclesiástica. La simpatía de los sacerdotes por la causa insurgente se debía a que consideraban que el país prosperaría más siendo independiente y a que juzgaban dañino que México llegara a recibir la influencia del invasor francés que gobernaba España. Este sentimiento se agudizó en 1812 cuando las logias de España, aliadas del invasor extranjero, proclamaron una nueva Constitución, que fue también jurada en México (5 de octubre del mismo año) y en su memoria se le dio al Zócalo el nombre oficial de Plaza de la Constitución. En ese momento el virreinato de México comenzaba a ser influido con las ideas del poder masónico-francés que invadía a España.
Eso explica que seis mil de los ocho mil sacerdotes que habían en la Nueva España no quisieran que ésta siguiera atada al carro de una España cautiva del extranjero, y en forma abierta o discreta alentaban el movimiento de independencia. Este era, pues, un esfuerzo nacionalista, en el que nada tenían que ver las logias, aunque luego han pretendido atribuírselo. Su participación consistía en tratar de influir ese movimiento, prometiéndole apoyo, con la mira secreta de controlarlo.
Así fue como deslizaron cerca de Morelos a un tal David y a un tal Tabares, y como sugirieron el ‘Plan de Tierra Quemada’, que dijeron que Morelos firmó, pero que ciertamente él nunca aceptó, ni permitió se aplicara. Por el contrario, lo contradijo en todas sus proclamas y con sus actos. Ese extraño plan era dañino para el futuro de México; implicaba la guerra total y consistía en lanzar a los indios contra los blancos y en “destruir todas las obras de presas, acueductos, caseríos, y demás oficinas de los hacendados pudientes, criollos o gachupines, Estas propias medidas deben ser contra las minas, destruyendo sus obras y las haciendas de metales sin dejar rastro. La misma diligencia se practicará con los ingenios de azúcar.”
El plan era terrorista y conducía al debilitamiento del país que estaba por nacer, destruyendo sus centros de trabajo y enfrentando a los indígenas contra los criollos y mestizos.
Inicialmente Morelos tuvo tratos con los agentes extranjeros Tabares y David, quienes junto con una tal Mayo promovieron que se alentara a los indios al saqueo, al despojo de tierras y al asesinato de los blancos, según el plan de guerra total. Pero en ese momento Morelos los desautorizó, salió en su persecución, los capturó y los fusiló en Chilapa.
Esa es la mejor prueba de que Morelos no estaba de acuerdo con el extraño plan de ‘Tierra Quemada’, que años más tarde un tal Juan Martiñena [o Juan Martín Juanmartiñena] hizo circular atribuyéndoselo al Caudillo, y que en 1924 fue exhumado en el Senado con el título de “Las Ideas Sociales del Generalísimo”. De ese plan se pretende ahora deducir capciosamente que Morelos quería la supresión de la propiedad agrícola y la creación de algo así como los ejidos comunales, cosa absolutamente falsa, pues en la Constitución que promovió y firmó establece la “propiedad y la libertad” y que “todos los individuos de la sociedad tienen derecho a adquirir propiedades” y a “disponer de ellas a su arbitrio”.
El mencionado plan, sin fecha ni lugar de expedición, fue contradicho por todos los actos del Caudillo, quien ni confiscó la propiedad privada, ni destruyó centros de trabajo ni persiguió a los criollos o españoles, y en su proclama del 13 de octubre de 1811 dijo: “… no hay motivo para que las que se llamaban castas quieran destruirse unos con otros, los blancos contra los negros, o éstos contra los naturales, pues sería el yerro mayor… Que no siendo como no es nuestro sistema proceder contra los ricos criollos, ninguno se atreverá a echar mano de sus bienes por muy rico que sea; por ser contra todo derecho semejante acción, principalmente contra la ley Divina que nos prohíbe hurtar”. Al capturar Tehuacán ordenó que en un plazo de tres horas se arcabuceara “a todo soldado que cometa un robo”. (“Morelos” por Ezequiel A. Chávez)
El extraño documento de guerra total no figuró en las deliberaciones del Congreso convocado por Morelos, ni lo tomaron en cuenta los realistas en el proceso, y aun el mismo Calleja se abstuvo de atribuírselo al Caudillo y sencillamente escribió que era engendro de alguna “cabeza infernal”. El único que se lo atribuyó posteriormente fue Juan Martiñena, y la historia oficial exhumó el embuste en 1924, a iniciativa del senador Pedro de Alba.
En un hecho que durante las campañas de Morelos las logias de Filadelfia y de Nueva Orleans enviaban agentes a ofrecer ayuda para la lucha de independencia, pero evidentemente sólo la daban a quienes fueran prestándose, consciente o inconscientemente, a ciertos planes internacionales. Morelos decretó la independencia de México, formó el primer Congreso y la primera Constitución. Y no obstante eso, no recibió ayuda de los extranjeros presuntamente enamorados de la independencia mexicana. Del extranjero vino a verlo un tal general Robinson, pero de su visita no se derivó ninguna ayuda, y es que Morelos seguía firme en sus creencias, como lo demostró en la primera Constitución, en Chilpancingo, al estipular que no se reconocería “otra religión más que la católica, apostólica y romana.” En el propio congreso de Chilpancingo se aprobó el restablecimiento de los jesuitas. Y después de capturar Acapulco el 9 de junio de 1813, Morelos declaró en un banquete: “Brindo por España; ¡Viva España!, pero hermana y no dominadora de América”.
Por otra parte, nombró plenipotenciario suyo en Estados Unidos a José Manuel de Herrera, quien dio el grado de general mexicano al agente francés Aury, antiguo pirata, y habló de ceder a Norteamérica el Estado de Texas, a cambio de armas, pero Morelos no llegó a formalizar ningún compromiso sobre el particular. Por el contrario, el 17 de febrero de 1813 escribía desde Yangüitán, al mariscal Ayala, que deseaba abrir comunicación con los angloamericanos, pero que “será puramente de comercio, a feria de grano y otros efectos, por fusiles…”
Y el hecho es que Morelos no llegó a recibir ayuda de los agentes masones que se fingían tan amigos de México. Aunque muy capaz al mando de tropas y en la conducción de operaciones militares, como lo demostró en el rompimiento del sitio de Cuautla –de 72 días-, Morelos careció de medios económicos y de armas y cayó prisonero.
Su brillante carrera terminó ante un pelotón de ejecución en San Cristóbal Ecatepec, el 22 de diciembre de 1815. Según cómputo de los realistas, con Morelos iban ya fusilados 125 sacerdotes insurgentes.
Tomado de:
bibliaytradicion.wordpress.com
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