Esta lucha llevó, entre otras cosas, a la constante deposición de gobernantes mexicanos y a la inestabilidad política característica de ese periodo. Esa pugna –que posteriormente habremos de analizar– llevó a enfrentamientos militares, facilitó la invasión de ejércitos extranjeros, entre otras cosas.
Pues bien, en ese grupo político-ideológico se formó Álvaro Obregón. Nació en Guaymas, Sonora, en 1877, justo cuando Porfirio Díaz asumió el poder presidencial. Entonces, el país estaba sumido en un estado de inestabilidad y conflicto político por la sucesión presidencial que derrocó a Sebastián Lerdo de Tejada. Llegó Porfirio Díaz a la presidencia y ahí se mantuvo durante 30 años, mismos que correspondieron al crecimiento de Obregón.
Álvaro Obregón fue un militar muy capaz. Sirvió a Francisco I. Madero y combatió el régimen de Porfirio Díaz, por lo que contribuyó a su debilitamiento y caída. Posteriormente se hizo leal de Venustiano Carranza y peleó a su lado contra Victoriano Huerta, Emiliano Zapata y Francisco Villa, luego de la Convención de Aguascalientes. Con su poderío militar venció a Francisco Villa en la Batalla de Celaya.
Luego de participar en la redacción de la Constitución de 1917 y de colaborar en la consolidación del nuevo régimen, se integró como funcionario en el gobierno de Carranza, al que renunció casi de forma inmediata. Posteriormente se enfrentó al propio Carranza cuando éste buscaba definir la sucesión presidencial.
El talento de Obregón para la política y los asuntos de poder era notable. Tenía una gran memoria y un extraordinario carisma. Con su llegada al poder en 1920, fue el primer gobernante que intentó ordenar los efectos de la revolución mexicana y los desastres políticos que ésta implicó, aunque no lo logró a la manera de Plutarco Elías Calles, de quien hablaremos posteriormente.
Dicen los que saben que a Obregón se le reconoce por haber sido el primer presidente en promover la cultura como elemento de progreso nacional. En su periodo de gobierno se crea la Secretaría de Educación Pública, con José Vasconcelos a la cabeza.
Fue entonces cuando se llevaron a cabo campañas de alfabetización, se crearon escuelas y bibliotecas y el gobierno se involucró con poetas e intelectuales extranjeros. El equilibrio y estabilidad del poder presidencial fue una de las misiones que se impuso el propio Obregón, dar el paso del estado político revolucionario hacia la consolidación de un nuevo sistema.
Obregón tuvo necesidad de generar una base social que diera respaldo a su gobierno. Para ello fue creada la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM), bajo la iniciativa del propio gobierno obregonista.
Álvaro Obregón también fue un cruel perseguidor de la Iglesia Católica y de sus iniciativas. Quizá en buena parte esto se explica a partir de su filiación masónica y a las relaciones de poder que mantuvo con sus miembros. No obstante, dejemos a los hechos hablar.
El 6 de febrero de 1921 estalló un cartucho de dinamita en la puerta de la casa del Arzobispo de México, el Obispo José Mora del Río, cuando éste no se encontraba en el lugar. Aunque Obregón atribuyó el ataque a los socialistas –de quienes Mora del Río se había expresado en días previos–, lo cierto es que la CROM fue quien gestó y ejecutó el ataque.
El 1 de mayo del mismo año un grupo de socialistas se manifestó afuera de la Catedral de Guadalajara, se subieron a las torres del edificio y colgaron la bandera bolchevique, misma que fue retirada por jóvenes de la Acción Católica de la Juventud Mexicana (ACJM).
En otro episodio, la Liga Anticlerical Mexicana protestó ante el anuncio del obispo de León, Emeterio Valverde, en el que aseguró la construcción de un monumento a Cristo Rey en Silao, Guanajuato. El delegado apostólico en México, Ernesto Filippi, bendijo la primera piedra del monumento, por lo que fue acusado por aquel organismo de haber violado la Constitución vigente.
El gobierno de Obregón no quiso dirimir el asunto, por lo que la resolución fue clara y contundente: monseñor Filippi debía abandonar el territorio nacional. Aunque El Vaticano gestionó la permanencia del obispo en tierras mexicanas, la orden se dio y fue irreversible.
El 14 de noviembre de 1921, un hombre acudió a la Basílica de Guadalupe. Llevaba en sus manos un arreglo de flores que puso frente al ayate de Juan Diego y en él quedó plasmada la imagen de la Virgen del Tepeyac. Momentos más tarde ocurrió una ensordecedora explosión. La bomba no hizo ningún daño a la imagen, aunque sí a un crucifijo que ahí se encontraba, mismo que quedó doblado por la explosión.
El padre Jesús García Gutiérrez cuenta que a Obregón se le escuchó decir varias veces que no descansaría hasta limpiar su caballo con la imagen de la Virgen de Guadalupe. El presidente fue asesinado en 1928 por José León Toral en el restaurante “La Bombilla”, en San Ángel.
El anticlericalismo de Obregón fue sólo un efecto de las batallas liberales que se dieron desde el México del siglo XIX y quizá fue la marca más notoria de su periodo de gobierno.
Jesús Caudillo
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