martes, 3 de agosto de 2010

La célebre “Güera” Rodríguez

"Debemos imaginar aquellas tertulias de la casa de la calle de los Plateros, donde la "Güera Rodríguez" hacía gala de la etiqueta más pulida para recibir y agasajar a sus invitados que, poco a poco, se extasiaban... "

María Ignacia Xaviera Rafaela Agustina Feliciana Rodríguez de Velasco Osorio Barba Jiménez Bello de Pereyra Fernández de Córdoba Salas Solano y Garfias (1778-1851) tenía veinticinco años cuando visita México el ilustre investigador Alexander Von Humboldt (1769-1859), quien ha programado un amplio recorrido para conocer la fauna, la flora y los minerales de estas tierras. En especial se interesa por el cultivo de la cochinilla, aquel gusanito grisáceo que se desarrolla en las pencas del nopal y que se utiliza seco para colorear alimentos.
La amorosa joven cautiva con su plática, con su gracia y simpatía. Debemos imaginar aquellas tertulias de la casa de la calle de los Plateros, donde la "Güera Rodríguez" hacía gala de extravagante hospitalidad para recibir y atender a sus invitados que se extasiaban con el caudal de cultura que emanaba de sus labios, con la inteligencia de sus respuestas sinceras a través de una mirada serena y alegre. La caída de sus bucles dorados, realzaban aquellos inolvidables ojos azules que destacaban ante la delicadeza de las facciones de su rostro. Era tan bella que alguna vez sirvió de modelo para esculpir y pintar a la misma Virgen María.
En una coqueta mesilla, cuyo mantel cae formando olanes de finísimo encaje de Brujas, ofrece el té, ahora tan de moda en la sociedad mexicana y, desde luego, el tradicional chocolate espumado de tres tantos. Entre sorbo y sorbo de las delgadas tazas de porcelana, degustan galletas de nata, enrejados de chocolate, huesitos de manteca, besos de merengue, polvorones de almendra y tortaditas de Santa Clara.
Después, brinda con ratafía quiditativa o elixir de los Dioses, o con aquellas otras pócimas celestiales que guardan las limpias botellas de cristal cortado como la crema de perfecto amor, hecha con destilados de violetas; la crema de Venus, donde la vainilla se mezcla con claveles, clavo, canela y naranja; el aguardiente de andaya, hecha con raíz de lirio de Florencia y cáscaras de naranja, los licores de damiana, el destilado de rosas, el espíritu de anís, los caldos de frutas o espíritus de aromas delicados como los de guayaba, moras o membrillos.



Esta visita tan alentadora, impulsa más al ilustre científico a trabajar en su "Ensayo político sobre el reino de la Nueva España", y por supuesto para continuar con el estudio de la grana de carmín que produce el Dactilopius indicus.

No obstante, Humboldt quiere recorrer hasta el más recóndito lugar de la ciudad acompañado por la encantadora señorita Rodríguez, quien le lleva ante el Virrey y los sabios del reino.

También se cuenta que conoció al celebre Manuel Tolsá (1757-1816) precisamente con motivo de la revelación de la estatua ecuestre de Carlos IV, que después se conoció como “el caballito".

La Güera invita en el recorrido a probar diversos antojitos, pero siempre procura que el ilustre visitante no pruebe alimentos picantes. Sin embargo le ha impresionado tanto el consumo de chile que afirma en sus textos que el chile se usa en México como sustituto de sal.

Para honrar a la ciencia personificada, la magnifica anfitriona y espléndida conversadora, planea, organiza y dirige al grupo de cocineras de su casa para despedir con sus amistades al excursionista sajón. Así ha dispuesto una entrada de fiambres, chanfainas y embutidos, después una menestra con sustancia de yerbas a la primavera, una ensalada de la Bella Unión donde se mezclan rábanos, peras, uvas y granos de granada, aderezados con trocitos de acitrón, pasitas blancas, aceitunas deshuesadas y tornachiles; después un delicado pescado blanco de Pátzcuaro en pepian de almendra, un pastel de hígados de camero a la inglesa y de postre, ilustres copas romanas hechas de yema y cubiertas de grageas.

La Güera, siempre cauta, mantiene el mayor afecto entre sus admiradores y nunca se muestra como la mujer disoluta que describen Don Artemio del Valle Arizpe y otros autores del siglo XX. Por el contrario, María Ignacia Rodríguez de Velasco era la gran dama de sociedad que gozaba del vigor necesario para iniciar diferentes actividades culturales, diplomáticas, filantrópicas y religiosas. Era una dama en el sentido pleno de la palabra y debe inscribirse dentro del círculo de mujeres destacadas que lucharon también por la causa independiente.

Asiste a las reuniones encabezadas por el licenciado Francisco Primo de Verdad, y participa con personajes ilustres como el cura párroco de Dolores, Don Miguel Hidalgo y Costilla, sin duda uno de los hombres de mayor simpatía e inteligencia, que hace gala de profundos razonamientos filosóficos y mantiene una noble conciencia política.

Como conspiradora, es detenida por la Santa Inquisición, pero su belleza la salva y simplemente es desterrada de la ciudad. Así llega la Güera a Querétaro, donde seguramente establece amistad con Doña Josefa Ortiz de Domínguez y la "Academia Literaria", un grupo muy organizado de conspiradores que presidían el Corregidor y su esposa.

Ahora, cada sorbo, cada bocado, cada platica, la realiza con diferentes personajes de la época que la conocen, entre ellos Simón Bolívar y, por supuesto, Don Agustín de Iturbide, su gran amigo.

En la iglesia de la Profesa, en la Ciudad de México, se reúne un grupo de intelectuales con el representante del virrey Don Juan Luis de Apodaca, conde del Venadito, el inquisidor José Antonio Tirado y el oidor Don Miguel Bataller, para proponer una alternativa pacificadora. Ahora la Güera Rodríguez convence al virrey y al canónigo Matías Monteagudo, prepósito de la Profesa, para que su admirado coronel realista sea el nuevo líder. Pronto proponen a Iturbide como el caudillo que negociará con los insurgentes la ansiada paz.

Don Agustín de Iturbide y Arámburo, Arregui, Carrillo y Villaseñor (1783-1824) prepara el plan llamado de “las tres garantías”, que proclama en Iguala el 24 de febrero de 1821. Meses después, para celebrar su cumpleaños, el 27 de septiembre de 1821, entra a la Ciudad de México con el Ejército Trigarante que desvía para pasar por donde vive María Ignacia a quien obsequia su sombrero de plumas tricolores, y después se corona emperador.

Años más tarde, la Güera no ha perdido la belleza que la ha hecho famosa, así lo dicen las cartas reunidas en el libro "The life in Mexico" de la marquesa Calderón de la Barca, la escocesa Frances Erskine Inglis esposa del ministro plenipotenciario de España en México el marqués Don Ángel Calderón de la Barca quien llega a México en 1839.

“En una coqueta mesilla cuyo mantel cae formando olanes de finísimo encaje de Brujas, ofrece el té ahora tan de moda en la sociedad mexicana y desde luego, el tradicional chocolate, espumado de tres tantos”.


*Revista Ritos y Retos del Centro Histórico, Nueva Época, no. 12 
Fuente: Boletín Finsemaneando

3 comentarios:

Unknown dijo...

Hola, quisiera usar la imagen que publicas de la Güera, ¿sabes cómo puedo obtenerla?

Jesús Batista dijo...

Puedes copiarla de este blog, sólo mencionando el origen. Un saludo

Unknown dijo...

Muchas gracias! Te parece bien si el crédito aparece como:

Imagen de la Güera Rodríguez reproducida con autorización de tierradehistoria.blogspot