martes, 14 de septiembre de 2010

El imperio de Huitzilopochtli. Segunda Parte HISTORIA RELIGIÓN MÉXICO

Esa era la escena, tan sangrienta y repugnante que, al decir de Schlarman, si la Reina Isabel la hubiese contemplado "se hubiese desmayado de espanto".

"Pero Dios N.S., en el tiempo fijado por su misericordia iba a poner fin a tantas atrocidades, con un golpe maestro de su diestra y que había de repercutir en todos los tiempos, como testimonio de amor preferente para con todos los reinos del Anáhuac"

En el plan armónico de la historia todos los hechos tienen un oculto sentido que después resplandece. Fue necesario el hundimiento de Grecia y el surgir magnífico del pueblo romano; fue preciso el poderío avasallador de su imperio dando unidad al mundo y articulando sus partes dislocadas en un solo organismo jurídico, para que el acontecimiento central de la historia humana, el advenimiento de Cristo, se produjera en el mundo en condiciones de centelleante propagación. Los acontecimientos más sublimes generados por la voluntad de Dios, enlazan maravillosamente lo divino y lo humano, el orden natural y la realidad sobrenatural.

"En America ocurría lo mismo. Están dispuestos ya los elementos humanos. Un pueblo de Anáhuac que ignora su destino. Una raza cristiana que rebasa los mares. Un capitán denodado con la espada en la diestra y la Cruz en el pecho. El mundo expectante..., presiente algo grandioso... El drama empieza..., y la Madre de Dios, la Virgen María, sabe que el momento solemne se acerca de ganar para sí el corazón entero de un pueblo que es el objeto mismo del drama". 

 Fue así como, por especial designio de Dios Todopoderoso, llegó para estos sufridos pueblos del México Precortesiano el ansiado día de su liberación.

Desde tierras de Oriente, tal y como siglos antes lo profetizara el bondadoso Quetzalcóatl, llegaron hombres blancos y barbados dispuestos a implantar toda una era de paz, progreso, dulzura y amor.

Era voluntad de Dios que el mal fuese vencido, que el demonio fuese desterrado y que la dulce doctrina de Nuestro Señor Jesucristo arraigase en los corazones del noble pueblo mexicano.

Una de las escenas más impresionantes y significativas de la Conquista de México se desarrolla cuando Cortés -armado con una barreta de hierro- subió al Gran Teocalli, golpeó con ella entre los ojos al feroz Huitzilopochtli y, en pocos minutos, el ídolo demoníaco rodaba por el suelo hecho pedazos.

El Bien - representado por la Fe de Cristo- cuyo brazo armado en esos momentos era Hernán Cortés contra el Mal -personificado por el brutal Huitzilopochtli-, el cual en esos momentos se arrastraba destrozado por las gradas del Cu, al igual que Luzbel cuando cayó vencido a los pies del Arcángel San Miguel.

Y Cortés -de rodillas- con lágrimas de alegría en los ojos  y con un Crucifijo en mano exclamó en voz alta:

"Infinitas alabanzas te sean dadas Dios verdadero, el los siglos de los siglos, porque has permitido que al cabo de tantos años que el demonio con la abominación de sus errores, tiranizaba estas incógnitas naciones, asentado en este trono, le haya por nuestras indignas y débiles fuerzas desterrado a los abismos donde mora"

A partir de ese momento se cerró un doloroso capítulo de la historia de nuestra patria y empezó a forjarse la verdadera nación mexicana.
Que bien encuadran aquí aquellas sonoras frases del ilustre historiador don Alfonso de Trueba:

"No nos cabe duda de que el demonio, el real, el auténtico demonio, había tomado posesión de los mexicanos, los había embrutecido y puesto a su servicio.
¡Glorioso el día en que apareció la Cruz y puso en fuga a la legión satánica!
Entonces el indio mexicano, este indio apacible y manso, fue rescatado de las garras del Malígno y pudo al fin tener un día de paz"

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