sábado, 30 de octubre de 2010

Segunda carta-relación de Hernán Cortés al Emperador Carlos V. Segura de la Frontera 30 de octubre de 1520

Enviada a su sacra majestad del emperador nuestro señor, por el ca- 
pitán general de la Nueva España, llamado don Fernando Cortés, en 
la cual hace relación de las tierras y provincias sin cuento que ha 
descubierto nuevamente en el Yucatán del año de diez y nueve a esta 
parte, y ha sometido a la corona real de Su Majestad. En especial 
hace relación de una grandísima provincia muy rica, llamada Culúa, 
en la cual hay muy grandes ciudades y de maravillosos edificios y 
de grandes tratos  y riquezas, entre las cuales hay una más maravi- 
llosa y rica que todas, llamada Tenustitlan, que está, por maravi- 
lloso arte, edificada sobre una grande laguna; de la cual ciudad y 
provincia es rey un grandísimo señor llamado Mutezuma; donde le acae- 
cieron al capitán y a los españoles espantosas cosas de oír. Cuenta 
largamente del grandísimo señorío del dicho Mutezuma, y de sus ri- 
tos y ceremonias y de cómo se sirven.
Muy alto y poderoso y muy católico príncipe, invictísimo emperador 
y señor nuestro:

En una nao que de esta Nueva España de vuestra sacra majestad des- 
paché a diez y seis días de julio del año de quinientos y diez y 
nueve, envié a vuestra Alteza muy larga y particular relación de las 
cosas hasta aquella sazón, después que yo a ella vine, en ella suce- 
didas. La cual relación llevaron Alonso Hernández Portocarrero y 
Francisco de Montejo, procuradores de la Rica Villa de la Vera Cruz, 
que yo en nombre de vuestra alteza fundé. Y después acá, por no ha- 
ber oportunidad, así por falta de navíos y estar yo ocupado en la 
conquista y pacificación de esta tierra, como por no haber sabido 
de la dicha nao y procuradores, no he tornado a relatar a vuestra 
majestad lo que después se ha hecho; de que Dios sabe la pena que 
he tenido. Porque he deseado que vuestra alteza supiese las cosas 
de esta tierra, que son tantas y tales que, como ya en la otra re- 
lación escribí, se puede intitular de nuevo emperador de ella, y 
con título y no menos mérito que el de Alemaña, que por la gracia 
de Dios vuestra sacra majestad posee. Y porque querer de todas las 
cosas de estas partes y nuevos reinos de vuestra alteza decir todas 
las particularidades y cosas que en ellas hay y decir se debían, se- 
ría casi proceder a infinito.


Que a ocho leguas de esta ciudad de Churultecal están dos sierras 

muy altas y muy maravillosas, porque en fin de agosto tienen tanta 

nieve que otra cosa de lo alto de ellas si no la nieve, se parece.

Y de la una que es la más alta sale muchas veces, así de día como 
de noche, tan grande bulto de humo como una gran casa, y sube encima 
de la sierra hasta las nubes, tan derecho como una vira, que, según 
parece, es tanta la fuerza con que sale que aunque arriba en la sie- 
rra andaba siempre muy recio viento, no lo puede torcer. Y porque yo 
siempre he deseado de todas las cosas de esta tierra poder hacer a 
vuestra alteza muy particular relación, quise de ésta, que me pare- 
ció algo maravillosa, saber el secreto, y envié diez de mis com- 
pañeros, tales cuales para semejante negocio eran necesarios, y 
con algunos naturales de la tierra que los guiasen, y les encomendé 
mucho procurasen de subir la dicha sierra y saber el secreto de a- 
quel humo, de dónde y cómo salía. Los cuales fueron y trabajaron lo 
que fué posible para la subir, y jamás pudieron, a causa de la mu- 
cha nieve que en la sierra hay y de muchos torbellinos que de la 
ceniza que de allí sale andan por la sierra, y también porque no 
pudieron sufrir la gran frialdad que arriba hacía, pero llegaron 
muy cerca de lo alto, y tanto que estando arriba comenzó a salir 
aquel humo, y dicen que salía con tanto ímpetu y ruido que parecía 
que toda la sierra se caía abajo, y así se bajaron y trajeron mucha 
nieve y carámbanos para que los viésemos, porque nos parecía cosa 
muy nueva en estas partes a causa de estar en parte tan cálida, se- 
gún hasta ahora ha sido opinión de los pilotos, especialmente, que 
dicen que esta tierra está en veinte grados, que es en el paralelo 
de la isla Española, donde continuamente hace muy gran calor.



Pasada esta puente, nos salió a recibir aquel señor Mutezuma con 

hasta doscientos señores, todos descalzos y vestidos de otra librea 
o manera de ropa asimismo bien rica a su uso, y más que la de los 
otros, y venían en dos procesiones muy arrimados a las parede de 
la calle, que es muy ancha y muy hermosa y derecha, que de un abo 
se parece el otro y tiene dos tercios de legua, y de la una parte
y de la otra muy buenas y grandes casas, así de aposentamientos co-
mo de mezquitas, y el dicho Mutezuma venía por medio de la calle con 
dos señores, el uno a la mano derecha y el otro a la izquierda, de 
los cuales el uno era aquel señor grande que dije que había salido a 
hablar en las andas y el otro era su hermano del dicho Mutezuma, 
señor de aquella ciudad de Ixtapalapa de donde yo aquel día había 
partido, [...].
Y allí me tomó de la mano y me llevó a una gran sala que estaba fron- 
tera del patio por donde entramos, y allí me hizo sentar en un estra- 
do muy rico que para él lo tenía mandado hacer, y me dijo que le es-
perase allí y él se fué.




Y dende a poco rato, ya que toda la gente de mi compañía estaba apo- 

sentada, volvió con muchas y diversas joyas de oro y plata, y pluma- 
jes, y con hasta cinco o seis mil piezas de ropa de algodón, muy ri- 
cas y de diversas maneras tejidas y labradas, y después de me las 
haber dado, se sentó en otro estrado que luego le hicieron allí jun- 
to con el otro donde yo estaba; y sentado, prepuso5 en esta manera: 
"Muchos días ha que por nuestras escripturas tenemos de nuestros an- 
tepasados noticia que yo ni todos los que en esta tierra habitamos 
no somos naturales de ella sino extranjeros, y venidos a ella de par- 
tes muy extrañas; y tenemos asimismo que a estas partes trajo nues- 
tra generación un señor cuyos vasallos todos eran, el cual se volvió 
a su naturaleza, y después tornó a venir dende en mucho tiempo, y 
tanto, que ya estaban casados los que habían quedado con las mujeres 
naturales de la tierra y tenían mucha generación y hechos pueblos 
donde vivían, y queriéndolos llevar consigo, no quisieron ir ni me- 
nos recibirle por señor, y así se volvió; y siempre hemos tenido 
que los que de él descendiesen habían de venir a sojuzgar esta tie- 
rra y a nosotros como a sus vasallos; y según de la parte que vos 
decís que venís, que es a do sale el sol, y las cosas que decís de 
ese gran señor o rey que acá os envió, creemos y tenemos por cierto, 
él sea nuestro señor natural, en especial que nos decís que él ha 
muchos días que tenía noticia de nosotros; y por tanto, vos sed cier- 
to que os obedeceremos y tendremos por señor en lugar de ese gran 
señor que vos decís, y que en ello no habrá que yo en mi señorío po- 
seo, mandar a vuestra voluntad, porque será obedecido y hecho; y to- 
do lo que nosotros tenemos es para lo que vos de ello quisiéredes 
disponer. Y pues estáis en vuestra naturaleza y en vuestra casa, 
holgad y descansad del trabajo del camino y guerras que habéis te- 
nido, que muy bien sé todos los que se vos han ofrecido de Puntun- 
chán acá, y bien sé que los de Cempoal y de Tascaltecal os han di- 
cho muchos males de mí. No creáis más de lo que por vuestros ojos 
veredes, en especial de aquellos que son mis enemigos, y algunos de 
ellos eran mis vasallos y hánseme rebelado con vuestra venida, y 
por se favorecer con vos lo dicen; [...]




Porque para dar cuenta, muy poderoso señor, a vuestra real excelen- 

cia, de la grandeza, extrañas y maravillosas cosas de esta gran ciu- 
dad de Temixtitan, del señorío y servicio de este Mutezuma, señor de 
ella, y de los ritos y costumbres que esta gente tiene, y de la orden 
que en la gobernación, así de esta ciudad como de las otras que eran 
de este señor, hay, sería menester mucho tiempo y ser muchos relato- 
res y muy expertos; no podré yo decir de cien partes una, de las que 
de ellas se podrían decir, mas como pudiere diré algunas cosas de 
las que vi, que aunque mal dichas, bien sé que serán de tanta admi- 
ración que no se podrán creer, porque los que acá con nuestros pro- 
pios ojos las vemos, no las podemos con el entendimiento comprender. 
Pero puede vuestra majestad ser cierto que si alguna falta en mi re- 
lación hubiere, que será antes por corto que por largo, así en esto 
como en todo lo demás de que diere cuenta a vuestra alteza, porque 
me parecía justo a mi príncipe y señor, decir muy claramente la ver- 
dad sin interponer cosas que la disminuyan y acrecienten. [...] 
Esta gran ciudad de Temixtitan está fundada en esta laguna salada, 
y desde la tierra firme hasta el cuerpo de la dicha ciudad, por cual- 
quiera parte que quisieren entrar a ella, hay dos leguas. Tiene cua- 
tro entradas, todas de calzada hecha a mano, tan ancha como dos lan- 
zas jinetas. Es tan grande la ciudad como Sevilla y Córdoba. Son las 
calles de ella, digo las principales, muy anchas y muy derechas, y 
algunas de éstas y todas las demás son la mitad de tierra y por la 
otra mitad es agua, por la cual andan en sus canoas, y todas las ca- 
lles de trecho a trecho están abiertas por do atraviesa el agua de 
las unas a las otras, y en todas estas aberturas, que algunas son 
muy anchas, hay sus puentes de muy anchas y muy grandes vigas, jun- 
tas y recias y bien labradas, y tales, que por muchas de ellas pueden 
pasar diez de a caballo juntos a la par. Y viendo que si los natura- 
les de esta ciudad quisiesen hacer alguna traición, tenían para ello 
mucho aparejo, por ser la dicha ciudad edificada de la manera que di- 
go, y quitadas las puentes de las entradas y salidas, nos podrían de- 
jar morir de hambre sin que pudiésemos salir a la tierra. Luego que 
entré en la dicha ciudad di mucha prisa en hacer cuatro bergantines, 
y los hice en muy breve tiempo, tales que podían echar trescientos 
hombres en la tierra y llevar los caballos cada vez que quisiésemos. 
Tiene esta ciudad muchas plazas, donde hay continuo mercado y tra- 
to de comprar y vender. Tiene otra plaza tan grande como dos veces 
la ciudad de Salamanca, toda cercada de portales alrededor, donde hay 
cotidianamente arriba de sesenta mil ánimas comprando y vendiendo; 
donde hay todos los géneros de mercadurías que en todas las tierras 
se hallan, así de mantenimientos como de vituallas, joyas de oro y 
plata, de plomo, de latón, de cobre, de estaño, de piedras, de hue- 
sos, de conchas, de caracoles y de plumas. Véndese cal, piedra labra- 
da y por labrar, adobes, ladrillos, madera labrada y por labrar de 
diversas maneras. Hay calle de caza donde venden todos los linajes 
de aves que hay en la tierra, así como gallinas, perdices, codorni- 
ces, lavancos7, dorales, zarcetas, tórtolas, palomas, pajaritos en 
cañuela, papagayos, búharos, águilas, halcones, gavilanes y cerníca- 
los; y de algunas de estas aves de rapiña, venden los cueros con su 
pluma y cabezas y pico y uñas. [...]
La gente de esta ciudad es de más manera y primor en su vestir y 
servicio6 que no la otra de estas otras provincias y ciudades, por- 
que como allí estaba siempre este señor Mutezuma, y todos los seño- 
res sus vasallos ocurrían siempre a la ciudad, había en ellas más 
manera y policía en todas las cosas. Y por no ser más prolijo en 
la relación de las cosas de esta gran ciudad, aunque no acabaría 
tan aína, no quiero decir más sino que en su servicio y trato10 de 
la gente de ella hay la manera casi de vivir que en España, y con 
tanto concierto y orden como allá, y que considerando esta gente 
ser bárbara y tan apartada del conocimiento de Dios y de la comu- 
nicación de otras naciones de razón, es cosa admirable ver la que 
tienen en todas las cosas. [...]


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