Es algo muy generalizado que en las escuelas públicas o en las privadas no católicas se inculque a los educandos que la Iglesia Católica ha sido nefasta para México, factor de retroceso y explotación, y sembradora de fanatismo e ignorancia.
Se hace poco o ningún caso de testimonios como el del Barón Alejandro Von Humboldt, quien en su "Ensayo Político sobre el Reino de la Nueva España", estaba asombrado por todas las instituciones de beneficencia y científicas que bajo el auspicio de la Iglesia Católica se habían erigido en el país.
Nuestra Iglesia fundó en México la primera Universidad de las Américas y en la capital del virreinato y en todo el país sostenía gratuitamente cientos de hospitales, que existirían hasta la fecha de no haber habido tantas persecuciones. Algunos ejemplos fueron: El Amor de Dios, San Juan de Dios, El Divino Salvador, San Camilo, el Hospital de Jesús, San Bernardino –primer manicomio que se fundó en el mundo–, San Andrés, San Lázaro, el de los Padres Antoninos, el de Los Leprosos…
También tenía hospicios, como La Casa de Cuna para niños expósitos, San Nicolás, San Felipe Neri, La Casa de los Pobres, la Casa de las Recogidas, La Casa de las Bonitas ¬–para enseñar oficios a las jóvenes para no caer en la prostitución–, etcétera.
Para la ilustración de los indios la Iglesia tenía el Colegio de San Pedro y San Pablo, el Colegio de San Francisco, el de Santa Cruz, Santiago Tlatelolco, San Buenaventura, Escuela de María, Colegio de Cristo, San Ramón, etcétera, donde miles de indígenas recibían no sólo instrucción religiosa y secular elemental, sino también superior en las letras y las artes (García Cubas: “México de mis Recuerdos”).
Se ha olvidado que es gracias a la Santa Iglesia Católica que la cultura grecoromana nos ha sido transmitida intacta, pues fueron los frailes y clérigos quienes preservaron en sus monasterios y conventos todos los escritos clásicos de ciencia, literatura y filosofía durante las invasiones de los bárbaros. Esto, desde luego, debemos agradecérselo no sólo los mexicanos, sino la humanidad entera.
Hemos olvidado quiénes fueron nuestros civilizadores: Fray Pedro de Gante, Fray Toribio Benavente (Motolinía), Fray Bartolomé de las Casas, San Fray Junípero Serra, el “Tata” Vasco de Quiroga, Fray Alonso de la Vera Cruz, Fray Bernardino de Sahagún, Fray Eusebio Kino, etcétera, que los liberales más cultos e inteligentes reconocen y ponderan.
No debemos olvidar tampoco que quienes ocupaban el poder durante la época independentista y desde mucho antes, no eran ciertamente el clero católico o sus allegados, sino fuerzas masónicas, ya fueran francesas o francófilas. Tampoco olvidemos que luego de la derrota de Napoleón, las redactoras de la Constitución de Cádiz obligaron a Fernando VII a jurarla, a lo que los católicos de México respondieron, con Iturbide a la cabeza, para alcanzar la independencia efectiva.
Los enemigos de la Iglesia persiguieron a los frailes que levantaron El Álamo, el cual ya estaba convertido en ruinas durante la guerra contra Texas y fueron también sus enemigos los que abatieron a Iturbide cuando levantó un Imperio que colindaba con Oregón, Luisiana y Colombia.
Los personajes que derribaron ese Imperio, como Santa Anna y Valentín Gómez Farías, estaban de acuerdo con las logias de Estados Unidos para cercenar nuestra nación. Durante el interinato presidencial de Gómez Farías en 1833, éste ordenó cerrar la Universidad Pontificia de México e incautó los bienes de las misiones de California.
Sin embargo, fondos de esas misiones no servían sólo para instruir a los indios en la fe, sino para darles una educación de la misma categoría que la que se alcanzaba en Europa y con la que lejos de explotarlos, se les enseñaba a cultivar la tierra, a pastorear el ganado y a administrar ingenios azucareros, plantíos de algodón y toda clase de legumbres y frutales.
Por otro lado, las luchas intestinas provocadas por las logias no sólo impidieron que México pudiese tener control sobre Texas y los territorios del Norte, sino que auspiciaron incluso enfrentamientos con Europa, como cuando al luchar Vicente Guerrero contra Manuel Gómez Pedraza en la "Revolución de La Acordada", arruinaron negocios extranjeros originando la "Guerra de los Pasteles".
Mientras las riñas entre las facciones masónicas se agudizaban, Texas se hacía independiente en 1836 y 10 años después, en tanto México luchaba contra EU, Gómez Farías ¬–el gran enemigo del clero– en otro interinato presidencial en que lo colocó Santa Anna, se dedicó a perseguir y esquilmar a la Iglesia Católica.
Más tarde, durante el gobierno de Benito Juárez, los leprosos, los inválidos, los orates y los niños expósitos que ocupaban los hospicios y hospitales que sostenía la Iglesia, fueron arrojados a la calle, al ser despojada ésta de sus "bienes de manos muertas" y sus instituciones de beneficencia (Tomo V de la "Historia de la Iglesia en México" de Mariano Cuevas).
La Iglesia requería de inmuebles para poder atender sus funciones de beneficencia, pero éstos fueron convertidos en bodegas, arsenales y cuarteles, y durante la Revolución, también en bares y prostíbulos
Durante la Guerra de Reforma, posesiones que en aquellos años valían sumas de 60 millones de pesos, fueron rematadas a menos del 5 por ciento de su valor para caer en manos de ricos hacendados, nunca del pobre pueblo de México. Ése fue el origen del latifundismo que provocó la Revolución.
Con base en la Ley Lerdo, a los mismos indígenas les parcelaron sus propiedades comunales o calpullis –que la monarquía o el virreinato jamás afectaron–, para engrosar las tierras de los hacendados. (Agustín Cué Cánovas: “Historia Mexicana”, Vo.l II)
Se culpa a la Iglesia de haber traído a Maximiliano, pero en las circunstancias mencionadas lo hizo como los náufragos que se acogen a quien los rescata de ahogarse en el mar, es decir, por no haber tenido entonces opción para liberarse del poder de sus enemigos coludidos con el poder, las armas y el dinero de EU.
Más delante, la Constitución de 1917 originalmente discriminaba al clero, negándole en su artículo 24 la posibilidad de ejercer la beneficencia pública.
En el régimen de Plutarco Elías Calles fueron asesinados el Beato Miguel Agustín Pro y cientos de mártires mexicanos (y fueron perseguidos santos evangelizadores, como San Rafael Guízar Valencia), mientras que sus persecutores, Álvaro Obregón, Pablo González, etcétera han sido considerados héroes o próceres.
La Iglesia Mexicana ha sido civilizadora, educadora, benefactora y mártir... Los elementos putrefactos que han hecho daño son unas cuantas y casi microscópicas manchas, que nuestros enemigos se encargan de exagerar para sembrar ignorancia y la ingratitud hacia ella.
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